La cocina nipona de este restaurante se distingue por ser de gusto (y precios) accesibles, una caracteristica que la aleja de lo estrictamente tradicional y la acerca a las tropicalizaciones como los makis con mango y aguacate que, la verdad sea dicha, nos encantan tanto como aquellos chilitos toreados nadando en salsa de soya.

De los primeros hay que probar el Unagui No Cheese con anguila, seis rollitos frondosos con salsa dulce y consistencia cremosa. El teppanyaki es su gran especialidad (las mesas con parrilla ocupan gran parte del restaurante); lo hay de pescado, carne, pollo o mixto para indecisos. Es tan abundante que la porción de una persona alcanza para dos, además puedes pedirlo con aceite de tu preferencia (hay uno de ajonjolí muy rico). Para disfrutarlo más, ordena una dosis extra de ajo a la parrilla porque tienen un tipo especial, más grande, menos penetrante, pero igual de bueno.

Los postres son inquietantes; hay makis de plátano frito y una super copa de tapioca con helado de vainilla, suficiente y ligera como para compartirse. Manejan una carta de sake comprometida: cada etiqueta tiene una explicación que entra en detalle y los meseros son apasionados del tema, si les preguntas, en 15 minutos tendrás frente a ti la copa que mejor maride con el platillo de tu elección, además de un bagaje más amplio sobre este alcohol tradicional japonés.