Sin la típica decoración que caracteriza a los restaurantes chinos: alfombras rojas, laca y motivos orientales, sino más bien con una decoración austera, fría y ruidosa (nada que ver con su hermano en el sur), Mandarin ha logrado mantenerse en el gusto de los chilangos de la zona, que están dispuestos a esperar mesa hasta una hora. El ambiente familiar, súper casual, y el buen servicio, quizá sean algunos de los aspectos que enganchan al paladar.

Para empezar a disfrutar, ¿qué tal unos tacos de pichón? Podrían considerarse una opción light, ya que vienen envueltos en frescas y crujientes hojas de lechuga romana, en las que descansan el pichón y las verduras finamente picadas y bañados en una salsa de gusto agridulce en la que resalta el toque elegante de la nuez caramelizada y crujiente. Y para disfrutar aún más estos tacos, puedes bañarlos en la salsa de ciruela y agregar un toquecito de salsa de soya para equilibrar los sabores. El súper especial de la casa, son los tacos de pato Pekín, preparados por el chef en tu propia mesa, y servidos en tortillas de harina de arroz (más delgaditas que las de harina), en donde la piel doradita del pato se hace crunchy y tiene ese saladito grasosito que te invita a seguir descubriendo, además de la suavidad de su carne, el sabor de la col agria, para formar la mancuerna perfecta al combinarse con el delicado dulzor de la salsa de ciruela. Casi todos los platos fuertes se sirven en porciones generosas que invitan a compartir al centro. Entre los más comunes está el pollo estilo Hunan (cualquier semejanza con la competencia es mera coincidencia). Frito, y bañado en una salsa agridulce que destella granizos de ajonjolí, tiene el tono fuerte del ajo y del cebollín (bastante grasoso), y el gusto semiamargo del ajonjolí.

Para cerrar la tarde, pide las tradicionales bolas de pasta rellenas de plátano con helado de vainilla y caramelo, un juego de texturas con un sabor delicioso que se desprende del dulce y sutil sabor de la vainilla, en combinación con la calidez y marcada dulzura (tipo cajeta) del caramelo, a la vez que contrasta con el sabor sencillo del plátano.

Después de esto, seguramente no tendrás espacio para más y empezarás a notar la falta de ventilación, el ruido y los aromas saturados. Si la claustrofobia empieza a apoderarse de ti, es hora de aplicar el célebre: “Ya comí, ya bebí, ya no me hallo aquí”.