Por: Mariana Camacho
Cuando se habla de costumbres mexicanas es inevitable mencionar el tequila; bebida dionisiáca a la que se le teme o, como este restaurante, se rinde culto, con un sin fin de variedades y presentaciones.

Fieles a la tradición, nada mejor para abrir el estómago y calentar la garganta que un caballito de tequila blanco, muy suave, y una canasta de nopalitos y totopos.

Para lo que viene, el tequila que mejor marida es el reposado –no es tan complejo en la boca, y es un buen compañero de platillos como los sopes de cochinita pibil. Si prefieres un inicio más ligero, acompáñalo con o el queso quemado: trozos de panela con tortillas, que saben mejor con la salsa verde.

Una de las especialidades del lugar es el molcajete: una porción de arrachera, pollo, nopales asados, cebollitas, frijoles charros —con chicharrón— que nadan en una salsa “mugrosa” caliente, una mezcla de salsa verde y roja que le da todo el sabor a los taquitos.

Para el postre, hay un empalagoso, pero nada desdeñable, costal de crepas relleno de plátanos con crema, un poco de cajeta y nuez.

Al final hay dos buenas opciones tequilera como digestivos: un caballito de añejo —equivalente a un cognac—, o el fresco licor agavero, con un toque de damiana para relajar al estómago.

El servicio es bastante amable, y presto en las recomendaciones; para cualquier contingencia hay que preguntar por Victor, quién recomienda el tequila 7 Leguas, por su relación calidad-precio.

La Destilería es un lugar sencillo por el tipo de cocina, que vale la pena visitar con propósitos turísticos o con fervientes deseos de una expedición tequilera.