Cocina antigua que alimenta el alma. Y no hay que pasar por el suplicio de la Calzada Ignacio Zaragoza para aplacar la nostalgia por la sazón conventual. Para eso, doña Lucila Molina de Merlos lleva más de 30 años especializándose en comida poblana del siglo XVIII en Casa Merlos.

También te recomendamos: Un lugar de la mancha

En lo que fuera una vieja casa familiar, se reúnen abuelos, tíos y nietos. También llegan buscadores de tesoros culinarios. Abren sólo de jueves a domingo, por lo que el lugar se llena, y hay que esperar, pero una vez adentro disfrutas tus sagrados alimentos cómoda y tranquilamente.

La piedra, talavera y sillas artesanales te hacen sentir en un hogar provinciano. La carta incluye una buena selección de platos típicos de Puebla. Chalupas, cual debe ser, fritas al momento en manteca de cerdo. Te quedas con ganas de más, pero hay que dejar espacio para lo que sigue: una reconfortante sopa de flor de calabaza, caliente y cremosa, con elote y queso fresco. Después llega el pollo en un mar de mole, poco dulce y apenas picante. Aparte hay que pedir los frijoles y el arroz, ambos ricos y caseros.

También te recomendamos: Doña Inés

Al final llega una natilla que te cura de cualquier decepción. Espesa, con el punto exacto de dulce y trocitos de piñón. Quedas invitado a regresar a Casa Merlos por los delgadísimos bisteces aplanados, pacholas, como antaño, en metate. Difícilmente los encontrarás en otra parte, igual que los festivales gastronómicos que el restaurante organiza regularmente.