Para los adultos contemporáneos que, más que comer rico, desean ser vistos, éste cafecito que te transporta a Francia.

Paredes de ladrillos deslavados color hueso, pantallas de lámparas de rayas blancas y azules que cuelgan discretamente sobre las mesas, floreros con margaritas artificiales, una pequeña barra con un mueble para copas y botellas de vinos y licores junto a un refrigerador con una vitrina que cobija a la pastelería, hacen de este cafecito un pequeño pedazo de la Provence en el corazón de Polanco.

Afuera hay mesitas de madera con plástico y, además del toldo que anuncia al lugar, tiene un refuerzo de sombrillas para darle un toque francés-acapulqueño.

Este lugar es tan pretencioso como los trabajadores de la zona que se rehúsan a caer en las comidas corridas y en restaurantes repletos de burócratas y prefieren algo más nice sin ser caro.

El sándwich de tres quesos, más que de tres quesos parece de queso manchego Caperucita derretido en el microondas (el pan estaba un tanto chicloso). Sólo la guarnición compuesta por una miniporción de lechuga y una pequeña rebanada de jitomate aliviana el sabor del sándwich.

El vino es muy bueno. Puedes pedir que te recomienden nuevos vinos mexicanos, franceses, españoles, argentinos o australianos.

El café es excelente. Una tacita de expreso cortado es muy buen acompañante mientras ves pasar a la gente del Parque del Reloj. Este lugar sólo es recomendable para ponerte al corriente con amigos mientras tomas una buena copa de vino o una taza de café leyendo el periódico.