En esta zona de la Roma, donde todo se italianiza, no podía faltar el Café de Carlo. Una cafetería con gran tradición que se distingue por la preparación con máquinas de espresso antigua, esas de pistón que requieren de maestría para ser operadas.

Es una de esas cafeterías que ofrecen en su colorida y muy bien ilustrada carta un poco de todo pero es especial, espumosas tazas de café tan sabroso que recuerda en sus aromas y sabores al chocolate. La gente pide generalmente uno y no se puede ir sin beber una segunda taza.

El espresso es uno de los más solicitados, no es extraño ver a varios extranjeros con su tacita leyendo algún diario en inglés mientras toman notas. En los días más fríos de la ciudad (y con un poco de imaginación) esto podría ser un café parisino lleno de artistas y escritores.

Para los que evitan la cafeína existe también el té pero los que saben piden un chocolate caliente, hecho con molinillo en el momento. En la carta aparecen algunos suculentos postres de muy buena reputación.

Para los que pasa el tiempo muy rápido las opciones en el menú incluyen una amplia variedad de antojitos mexicanos, tortas y sándwiches.

Aquí como en muchas cafeterías que no le confían su calidad a nadie, se tuesta periódicamente el café.