La noche es la mejor aliada de este pequeño gastrobar que alrededor de las nueve empieza su mejor momento. La carta se puede apreciar desde la vitrina, en la que están visibles los chorizos (que llegan humenates sobre una sartén con mucho tomate), las minitortillas de papa, que se deshacen por lo tierno del huevo, el manchego curado o las pizzetas de pesto y queso de cabra con aceitunas; hasta los ceviches (preparados a la mexicana, con mucho aguacate) o unas verduras preparadas a la parrilla para vegetarianos. Todo acompañado con pequeñas rebanadas de pan (éste si, sin mucha gloria).

La música es agradable, si te gusta el indie lo disfrutarás mucho. Tienen una banqueta-terracita y un par de meseros que se rotan la barra y las mesas para atender con toda la calma del mundo.

Lo mejor es que su carta de vinos, aunque pequeña, es variadita, por ejemplo, encuentras cavas a partir de los 280 pesos y mezcales por copeo.

Si vas de día puedes probar su menú por 100 pesos, que incluye entrada, plato fuerte, postre y agua de sabor. Muy cumplidor.