El morado de las paredes inunda los ojos y da vida al logotipo del lugar: una flor, muy parecida al loto; imagen que representa el curso gastronómico y oriental del restaurante.  Sebastián Baeza , chef del restaurante no es, aunque los tatuajes de sus brazos indiquen lo contrario, un rebelde sin causa; su talante es serio (que no malhumorado) cuando sale a convivir con los comensales a explicar sus platillos y parte de su trayectoria. Primero recomienda que no estemos con las manos vacías y pidamos un pisco sauer con espuma de coco. Luego habla de su proyecto anterior: Iki, de cocina nikkei en Cancún y lo que aprendió de esta gastronomía bajo la influencia de Nobuyuki ‘Nobu’ Matsuhisa. El menú, tiene elementos prestados de la cocina oriental, mexicana y chilena; brotes que terminan en inventos como la sopa miso mexicana, que se prepara con chipotle y aguacate o la causa (bolitas de papa rellenas) con chapulines, que dan acidez a la combinación.  Para el final, hay mini macarons con caviar de mango y una tarta de pistache con helado de higo y balsámico. –MC