Las enormes puertas de madera se abaten suavemente para dar paso a un restaurante de mesas alienadas en tres áreas: una cerca de la cantina, otra en una terraza amplia y, por último, el salón principal. El universo Alaia dota al sur de la Ciudad de México de un paraíso culinario irrepetible en toda la ciudad.

La maravilla comienza con la sopa de pescado, un potaje denso, verdoso, con tropiezos de pescado extraviado o robalo, según sea el pescado del día. El espesor de la sopa se debe a que el pescado se desbarata y se mezcla con las almejas. En cada cucharada, resulta reconfortante el sabor a mar y a aceite de oliva.

Definitivamente, los pescados son la especialidad del lugar. De entre ellos, uno de los que gozan de mayor preferencia por parte de la gente es la preparación al carbón del filete de extraviado o robalo, que tiene un toque de vino blanco y se acompaña de ensalada mixta. El pescado no pierde ni su consistencia firme ni su jugo, que marida estupendamente con el vino con que fue aliñado.

De las carnes, la arrachera a las brasas se deshace deliciosamente en la boca, aun cuando haya sido pedida en término rojo. Va acompañada de papa confitada, pimientos del piquillo asados y un poco de guacamole. Aquí se sintetiza la afortunada mezcla de dos mundos: el vasco y el mexicano.

Otra buena opción es el pollito, que se prepara al horno, bañado en su propio jugo, y se presenta con verduras salteadas. Las verduras realzan la limpieza del sabor de la blanca carne.

El dolor de cabeza viene al elegir postre. Una opción demasiado tentadora es el laminado de higo, una pasta de philo con crema agridulce y frescos higos en finas rebanadas. Un remate perfecto para ir agendando la siguiente visita al Alaia.