Por: Mariana Camacho

¿Es la tlayuda el antojito de moda en la ciudad y Aguamiel uno de los lugares que con más fidelidad la trata? Sí a ambas. Hace algunos años, los casos de tlayuderías exitosas eran escasos (o, para acabar pronto, el antojito resultaba desconocido en las elegantes mesas chilangas) hoy –al menos en el centro de la ciudad– hay más lugares que abordan el tema con respeto.

Seriedad puesta en las materias primas, como los frijoles que tienen el inconfundible sello oaxaqueño de la hoja de aguacate, e invenciones propias que han ido empujando este clásico a diferentes niveles: échenle costilla, cómo no.

Pero ¿por qué nos gusta tanto? Fácil: la tlayuda resulta una comida completa y compañera solidaria del mezcal (que aquí fluye a borbotones).

En Aguamiel, además, las preparan con asiento (manteca de cerdo que es el centro de poder de este alimento al otorgarle más sabor), frijoles con la hoja de aguacate, que ya mencionamos, y un toquecito de chile, que se siente al final del paladar. A eso, súmenle mucho queso y las proteínas a elegir: tasajo (de hebra, con un toque de brasa), cecina enchilada, chorizo –para mí, la mejor opción, siempre– y chepiche (un quelite de sabor potente que se sirve fresco sobre la tortilla cerrada). También existe la opción de pedirlas mixtas, un pretexto perfecto que a todos los tragones (o los indecisos) amantes de la carne encanta.

Ahora, la carta no es monotemática, hay otras opciones oaxaqueñas: garnachas istmeñas, para los que tienen cierta debilidad por las frituras, tasajo oreado para botanear o hacer taquitos con guacamole, y unas patitas de cerdo en vinagre, no les hagas el fuchi.

Hasta el cierre de esta edición, están abiertos para comidas y cenas pero, les adelanto, tendrán desayunos de campeones, encabezados por una torta de chilaquiles con amarillo y el famoso chocolate de agua. Que viva la comida mexicana, que viva Oaxaca y sus sabores, y que vivan sus tlayudas.