Érase una vez, un hombre que se llamaba John Montagu. John, no era como todos los hombres, era Conde (particularmente, el cuarto) de Sandwich. Además de su título nobiliario, el Conde se hizo notar por su pasión por jugar cartas, a tal grado, que llegó a descuidar sus comidas. En algún momento, sus criados se dieron a la tarea de llevarle comida en forma de pequeños bocadillos, mismos que no tocaba para no ensuciarse los dedos y a su vez, las cartas. Fué así que un día, el Conde pasó veinticuatro horas en la mesa de juego, hasta que el hambre estuvo por derrotarlo, pero el audaz Conde no se rindió ante la necesidad primaria y ordenó a sus criados un pedazo de carne entre dos panes, para poder continuar su partida sin dejar marcas en los naipes.

¿Por qué queremos hacer sándwiches?
Es muy sencillo y no tan obvio, pero los sándwiches pueden convertirse en un manjar cuando rompemos la barrera del infalible pan, mostaza, queso, jamón, mayonesa, pan. Y porque cuando el hambre ataca, le tiene muy sin cuidado si tenemos tiempo de sentarnos con cubiertos, ambas manos y una mesa a disposición, o de plano ninguna de las tres.