Por Alejandro Zárate

En el afán de encontrar una fórmula mágica para tener una dieta más saludable, le hemos entrado con singular alegría a la fiebre de los jugos y los licuados.

Antes, acudir al puestito de lámina más cercano cada mañana, se consideraba parte de una buena alimentación. Luego de hacer ejercicio, ingerir un litrote de jugo de naranja y un licuado con varias frutas, cereales y hasta huevo crudo, era lo de entonces. Para sorpresa de muchos, esto no sólo es una bomba calórica e indigesta, también es la razón (en parte) por la cual tenemos el liderazgo en obesidad y diabetes a nivel mundial. Beber jugos con medida puede ser parte de una dieta balanceada y lo cierto es que ni los jugos y ni licuados no son curas milagrosas, aunque sean de apio y nopal. Aunque no por eso, nos dejan de gustar.