En sus idas y vueltas por todos los puntos de la República, estas personitas
traían y llevaban, entre muchas otras cosas,
recetas, utensilios y los nuevos productos que enriquecían las cocinas locales.

La elaboración de antojitos accesibles para los arrieros
sigue siendo a la fecha el menú del proletariado: frijoles con chicharrón,
memelas, tlacoyos, chalupas…

Conocían la comida en todas sus formas y preparaciones, eran
de apetito y sed agresiva, descansaban en sucias posadas mal atendidas, o
en mesones que no eran de mucha mejor calidad. La dura vida que llevaban los arrieros, y la vigilia de sus largos caminos, era rota y desquitada; pero al llegar a
estos mesones la gula y la borrachera eran comunes. Conocían mejor que nadie
las especialidades de cada lugar y los mejores guisos de los caminos.

Ahora bien, no sabemos si el dicho aquél de "tener lengua de arriero" se refiera a su
experimentado paladar o a su indecente léxico