Cuando los Leonov dejaron su natal Rusia no lo hicieron para asentarse en México. Su tierra prometida era Canadá, donde —según una mujer que les doró la píldora— encontrarían la abundancia económica vendiendo Herbalife.

Antes de instalarse en Quebec, tendrían que pasar por la Ciudad de México. Les negaron la visa y los ahorros que tenían para emprender la aventura intercontinental se agotaron. La que sería sólo una estancia pasajera, se convirtió en su hogar definitivo.

Fue la colonia Santa María la Ribera donde echaron raíces y donde años más tarde, después de probar suerte en varios empleos temporales, la familia Leonov decidió poner un puestecito banquetero de empanadas.

Las empanadas fueron un éxito entre los vecinos. De boca en boca, se fue corriendo la voz de que había unos “güeros” que hacían unas empanadas deliciosas en la colonia.

Los Leonov aprovecharon esto y después de varios años de ahorro, trabajo y esfuerzo, lograron poner un restaurante la esquina de las calles Dr. Atl y Salvador Díaz Mirón, justo en la Alameda de Santa María La Ribera.

Hoy, a unos cuantos pasos del quiosco morisco, el Kolobok se ha convertido ya en uno de los referentes gastronómicos obligados para quienes desean comer rico y diferente en esta colonia.

Los consentidos de la carta

Echar un primer vistazo a la carta del Kolobok puede sentirse como una ruleta rusa —valga la expresión—. A pesar de que todo luce atractivo y delicioso, uno nunca sabe qué es lo que opinarán las papilas gustativas al echarse a la boca un platillo cuya receta se concibió al otro lado del mundo. La cara de signo de interrogación puede ser auxiliada por Meizie Allende, gerente del restaurante:

«Recomendaría la sopa borsch, que es de betabel, carne de res y crema, que es una de las que más nos piden. Ya después te puedes seguir con un befstróganof, que es también ternera con puré de papa. Y para acompañarlo, no puedes dejar de probar el kompot, que es un ponche de frutas secas que se sirve frío».

Meizie nos contó sobre el famoso Kolobok: «Es el personaje de un libro popular para niños. Es una especie de bolita de masa muy sonriente, que es la que esté en el logotipo y en nuestros uniformes. Como en la historia de Pinocho, el Kolobok cobró vida y es un personaje muy querido por los niños en Rusia».

Kolobok

Foto: Pável M. Gaona

Sabores extremos: un sube y baja que vale la pena

Los sabores resultan una montaña rusa —valga la expresión nuevamente—. Como ellos mismos advierten en su carta, sus sabores son extremos en más de un sentido. No temen en pasar de lo dulce a lo salado, de lo popular a lo palaciego, de lo caliente a lo frío.

La sopa de betabel, es un golpe visual: de un color rojo intenso, no sabes si probarla u obedecer al instinto millennial de tomarle una foto para subirla a Instagram. El sabor casi dulce del betabel juega a las guerritas con la crema ácida que contrasta no sólo en lo visual, sino también en la lengua.

En el caso del befstróganof, la dualidad está entre lo suavecito de la ternera y el puré, que contrastan con la guarnición de ensalada de col. Y aunque la misión era llegar al postre recomendado por Meizie (el pastel del miel, que se veía muy bueno), la verdad es que las porciones son tan abundantes que hay que venir con mucha hambre para todavía tener espacio para el final dulce (o pedirlo para llevar).

Kolobok Befstroganof

Foto: Pável M. Gaona

Sus sabores son diferentes, sí, pero muy a gusto. Vale la pena arriesgarse a probar cosas nuevas. En este caso la experiencia fue más que satisfactoria.

Otro día regresaré sólo por ese pastelito o por una de sus famosas empanadas, que hicieron de un puesto banquetero uno de los restaurantes consentidos de los habitantes de la Santa María la Ribera.