Una enorme porción que al principio sorprende pero que termina por ser devorada hasta el esqueleto, cortesía del Centro Castellano. La carne, cocinada lentamente en el horno de piedra, casi se deshace en la boca dejando a su paso el fino sabor del lechón. Un plato lleno de texturas, que empieza con la costra rostizada y crujiente, sigue con una delgada y pecaminosa capa grasosita, y al fondo la carne más fina y suave. Texturas increíbles y perfecta humedad.
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