Los amigos de Adriana y su hermano comenzaron a llegar al departamento para la noche de películas que tenían planeada. A las 20:35, al ver que ella no aparecía, le marcaron al celular y al Nextel, pero ambos estaban apagados. 15 minutos después su papá, Javier, hizo lo mismo para desearle buena noche. Era común que sus papás llamaran para saludarla y preguntarle cómo estaba. Eso no volvería a pasar, porque los teléfonos de su hija nunca volvieron a estar activos.

Su hermano y sus amigos comenzaron a preocuparse. Le llamaron a conocidos para saber si Adriana estaba con ellos, pero nadie sabía nada de ella. Para entonces la familia Morlett ya estaba desesperada. No recuerdan cuántas veces escucharon la grabación que les decía que los teléfonos estaban apagados.

Ambos padres decidieron salir de inmediato hacia el DF para saber qué pasaba. Mientras la familia empezaba a organizar la búsqueda, de manera apresurada y sin un plan, Mauro escribía –a las 22:04– en el muro de Facebook de Adriana. En el post le decía “mugrosa” y le reclamaba: «Me cambiaste por unas pelis». Agregaba que le gustaría ver la cara de los amigos de ella. Un par de días después eliminó el comentario.

Los padres de Adriana llegaron al DF a las 4:30 del martes 7 de septiembre. Iniciaron una búsqueda que no los llevó a nada. Ningún vecino la había visto, nadie en los alrededores había observado nada raro. Los Morlett intentaron levantar un acta de desaparición en el Ministerio Público de la Fiscalía de Coyoacán, pero los agentes les dijeron que debían pasar 72 horas de la última vez que habían hablado con ella para poder movilizar a los agentes. «No se preocupe, igual regresa pronto, seguramente se quedó con el novio», les dijeron.

Desesperados y sin nadie a quien acudir, decidieron continuar la búsqueda, aunque todo era improvisado. La angustia comenzaba a cegarlos, hasta que decidieron revisar la cuenta de Facebook de Adriana. Sus padres tenían la contraseña por cuestiones de seguridad. Nunca pensaron tener que utilizarla para una situación así. Vieron que el último contacto que había tenido con alguien en esa red social era Mauro y decidieron buscarlo. Él se negó a ayudarlos. Como lo único que ellos sabían era que Adriana había ido hacia la Biblioteca Central de la UNAM, fueron a ella. Sabían que su hija no se había “fugado con el novio”, como les habían dicho en el Ministerio Público.

En la UNAM contaron su caso, pidieron ayuda y esperaron. Después de un par de horas, fueron asesorados por el director general de Asuntos Jurídicos de la universidad, Alejandro Fernández, y acudieron al Centro de Apoyo de Personas Extraviadas y Ausentes acompañados por un abogado de la misma UNAM. Ahí recibieron la misma respuesta: “72 horas”.

Contactaron una vez más a todos los amigos de Adriana que pudieron y no obtuvieron pista alguna. Comenzaron, por medio de Facebook y cadenas de correos, a pedir ayuda para encontrar a su hija. El caso llegó a los medios de comunicación y miles de personas observaron la foto de Adriana. Las oraciones por ella, datos falsos, recriminaciones y palabras de apoyo llegaron por centenas.

Los correos que ofrecieron los padres para recibir información se llenaron de pistas de gente –con buena voluntad o con malicia– que les decían que creían haber visto a Adriana. Algunos por CU, otros por Tlalpan, unos más en otros estados del país. Llegaron correos anónimos, desde cuentas con nombres imposibles, que les decían que la culpa era de ellos por no cuidar a su hija. Cada pista falsa y cada acusación infundada iba erosionando a los Morlett.

Después de tres días, por fin se inició la investigación por parte de las autoridades, pero no hubo avances. El expediente quedó arrumbado. Fue hasta que los padres acudieron con el abogado general de la UNAM, Luis Raúl González Pérez, a quien contactaron por medio de algunas amistades, que lograron que el caso fuera escuchado por el procurador capitalino, Miguel Ángel Mancera. Él despacharía la investigación a la Fuerza Antisecuestros. Para entonces Adriana ya llevaba cinco días desaparecida.

Dos historias

Mauro dio su declaración ante las autoridades siete días después de la desaparición de Adriana. Llegó acompañado de abogados y sin querer hablar con nadie más que no fueran los agentes del Ministerio Público. Dijo que ese día había visto a Adriana, que después de llamarle varias veces se encontró con ella al salir de la biblioteca central de la UNAM, a las 19:40. Aunque ella tenía una cita a las 20:30 para ver películas, dijo que decidió acompañarlo a su casa para ver un sillón que él estaba vendiendo y que tal vez podría regalarle.

Cruzaron caminando la explanada de la Biblioteca Central y pasaron frente al edificio donde ella vivía hasta llegar al Metro Copilco. Ahí abordaron la Línea 3 hasta la estación Universidad y, al bajar, subieron a una combi que los llevó al departamento de él en la colonia Pedregal de Santo Domingo.

Adriana –según la declaración de Mauro– había estado cinco minutos en su departamento, vio el sillón y después él la acompañó a que tomara un taxi a la esquina de Avenida Aztecas y Nezahualpilli. Eran las 20:00 horas. No se acordaba, dijo, de las placas ni el modelo del taxi. Mucho menos de cómo era el conductor. No recordaba nada.

Los Morlett y las autoridades comenzaron a buscarla por las zonas donde Mauro dijo que habían caminado. Ningún taxista de la zona recordaba haber llevado a alguien con la descripción de Adriana. Javier Morlett insistió entonces en que Mauro declarara por segunda ocasión, para que pudiera aportar más datos. Él aceptó e incluso en esa ocasión habló con los padres y les prometió que les ayudaría a encontrarla. Pero al declarar nuevamente, cambió su versión.

Mauro volteó, serio, y le dijo que entonces ya no iba a colaborar en nada.

No mencionó nada del sillón que ella habría ido a ver al departamento y señaló que tras platicar unos minutos con ella afuera de la biblioteca central de la UNAM, Adriana le dijo que lo acompañaba a su casa, pese a que ella ya tenía un compromiso con sus amigos. También dijo que ella no había entrado al departamento y que él solo entró para dejar su mochila e inmediatamente la acompañó a tomar el taxi. Ese mismo día Mauro le dijo a los padres que realizaría llamadas con amigos y conocidos para ampliar la búsqueda, y que en sus tiempos libres también colocaría carteles con los datos de Adriana, aunque no sabía en qué momento porque “estaba muy ocupado”. Javier Morlett se molestó y le dijo que no veía mucho apoyo de su parte. Mauro volteó, serio, y le dijo que entonces ya no iba a colaborar en nada. Días después consiguió que la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal emitiera una alerta a la Procuraduría capitalina para que no lo “acosara”. También pidió un amparo para no ser detenido, pero se le negó porque no existe orden de presentación o de detención contra él.

«Ni siquiera sabemos si hubo un taxi en esta historia, entonces es un poco complicado porque la versión de este joven realmente no se ha logrado clarificar, él no quiere apoyar mucho. Ni siquiera podemos decir: ‘Mi hija abordó un taxi’», dice ahora Adriana Espinosa.

La Biblioteca Central se convirtió, de nuevo, en el último punto conocido donde Adriana habría estado. Los Morlett, ante la nula acción de las autoridades, pidieron a la UNAM los videos de las cámaras de vigilancia para comprobar que había estado ahí. Les fueron negados y tuvieron que solicitar, una vez más, apoyo a sus conocidos. Tres días después la universidad se los entregó. Pero las únicas tomas que obtuvieron fueron las de la biblioteca. En la investigación la universidad informó que más de 80% de las cámaras de vigilancia del campus han sido desactivadas, destruidas o tienen mala calidad de imagen debido a que están ubicadas a más de 30 metros de altura. Por ello no se tienen grabaciones del recorrido de Adriana y Mauro al salir de la biblioteca. Algo similar ocurrió en 2008 cuando el hijo del empresario Alejandro Martí fue secuestrado frente a una cámara de la UNAM que no funcionaba.

Una vez que Mauro Alberto Rodríguez declaró, la autoridad solicitó copias de los videos de las cámaras de vigilancia del Metro correspondientes al 6 de septiembre. Pero las grabaciones sólo se conservan siete días y la petición llegó al octavo. Ya habían sido borradas. No existen ni videos ni testigos del presunto recorrido que hicieron los dos en la UNAM, ni de su ingreso al Metro. En una ciudad en la que el gobierno presume tener más de 8,000 cámaras de vigilancia en las calles y transporte, Adriana se convirtió en un fantasma.

Pistas

La investigación se quedaba sin rumbo: no había videos y las declaraciones de Mauro, cambiantes y sin credibilidad, no ayudaban a saber dónde estaba Adriana. Los Morlett continuaban buscándola, pidiendo apoyo por redes sociales, pegando carteles por la ciudad. El dinero comenzaba a escasear porque habían dejado sus trabajos en Guerrero para poder estar en el DF. No querían separarse ni un momento de la ciudad en donde su hija había desaparecido. La esperanza volvió con una llamada: un conocido de la UNAM les marcó para decirles que el libro que Adriana había pedido en préstamo había reaparecido.

Todavía sin entender bien –hasta la fecha no conocen la causa– por qué alguien lo había regresado, acudieron a la Biblioteca Central acompañados por el abogado que la universidad les había proporcionado. Un par de empleados les entregaron el libro. Lo revisaron con las manos desnudas, sin preocuparse por dejar huellas; lo hojearon buscando una pista, algún indicio de su hija, pero antes de que lo revisaran por completo y cuando intentaban llevárselo para entregarlo a las autoridades, una empleada de la biblioteca se los arrebató. Les dijo que el libro pertenecía a la UNAM y que no podían sacarlo. Javier Morlett explotó, gritó y les dijo que era su hija la que estaba desaparecida. No sirvió de nada. La Procuraduría capitalina debió entonces enviar un memorándum para solicitar el libro. Al final, debido a que el ejemplar había sido manipulado por diferentes personas antes de su análisis, no se pudo encontrar ningún tipo de evidencia que pudiera ayudar a conocer la ubicación de Adriana. Seguían sin pista alguna.

Los bibliotecarios no desean hablar del tema con nadie. Pertenecen al sindicato de trabajadores de la UNAM y se escudan en ello. La presión de los medios los incómoda, y sólo deciden comentar –fuera de grabadora y lejos de Ciudad Universitaria– que un día en la Biblioteca Central apareció el libro sobre una mesa, y que el sistema de vigilancia no sirvió para saber quién fue ni en qué momento lo dejó. La última pista tampoco había funcionado, pero unos días después los Morlett recibieron una nueva llamada a la cual aferrarse: El celular de un primo de Adriana sonó y, al contestar, una mujer le dijo que había obtenido su número de la lista de contactos del teléfono de Adriana. Sin aceptar preguntas, le contó que ella también era madre y que entendía el dolor de los Morlett. Lo único que afirmó antes de colgar es que tres estudiantes de la UNAM la tenían secuestrada cerca de CU para obligarla a prostituirse. Nunca se supo quién hizo la llamada.

En marzo de este año, tras seis meses sin respuestas, la investigación llegó a manos de la Subsecretaría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada de la Procuraduría General de la República. El argumento para atraer el caso: existían indicios de que la desaparición de Adriana Morlett podía estar relacionada con una red de trata de mujeres. Su desaparición ya no se toma como un hecho aislado, señalan fuentes de esa dependencia, sino que es sólo el más visible –gracias a la aparición de los Morlett en medios y su campaña de búsqueda– de otros que se están investigando en el sur del DF.

al menos ocho ocasiones recibieron llamadas para asistir a una morgue.

Las autoridades federales les han pedido a los familiares y amigos de Adriana que se aparten del caso. Les dijeron que podían continuar con la búsqueda pero que ya no debían meterse en la investigación como sucedió al principio, cuando ellos recolectaron pruebas, pidieron testimonios y videos. La madre de Adriana explica que lo aceptaron porque el proceso de búsqueda ha sido traumático y desgastante.

Recuerda cómo en al menos ocho ocasiones recibieron llamadas para asistir a una morgue. Las autoridades habían encontrado un cadáver y no podían identificarlo. Les llamaban porque querían saber si se trataba de Adriana. Los hallazgos no sólo se realizaron en el DF, sino en tres estados aledaños. Los Morlett viajaban horas con los nervios destrozados.

La angustia no terminaba cuando veían los cuerpos y se daban cuenta de que no era su hija. Por un lado sentían alivio al saber que no se trataba de ella, por el otro, la incertidumbre por no saber su paradero. En los últimos meses la desesperación los ha llevado a pedir la ayuda de brujos y médiums para saber dónde está. Sólo les dicen que está viva, que tiene miedo, pero está viva. Para Adriana Espinosa la búsqueda no ha terminado y usara «todo, todo lo que sea necesario para encontrarla».

Los Morlett, además de la campaña en redes sociales y por correos, crearon un blog donde dan detalles del caso y tienen un número telefónico donde reciben pistas de cualquier tipo. Ninguna ha dado frutos. Javier Morlett ha dicho que ofrece todo cuanto tiene como recompensa.

Además de la angustia de todos los días, de revisar el correo, el blog, de recibir llamadas con pistas que no conducen a ningún sitio, los padres de Adriana han tenido que lidiar con extorsionadores que se hacen pasar por presuntos secuestradores y les exigen dinero. Al principio negociaban, esperaban nuevas llamadas, veían una luz cada que sonaba el teléfono. Ahora, dicen, «ya no caemos, porque ya sabemos de qué se trata».

También dejaron su restaurante en Guerrero para dedicarse a la búsqueda de su hija. Pensaron en colocar espectaculares para pedir información sobre su paradero, pero el dinero no les alcanzó. Han empezado a aceptar donaciones de conocidos y de gente que los ha apoyado para poder seguir buscando a Adriana. No piensan dejar el DF hasta encontrarla.

Tras declarar por segunda ocasión, Mauro Alberto Rodríguez no ha tenido contacto con ellos y tampoco les ha dado ningún tipo de ayuda. Sigue asistiendo a sus clases en la UNAM y lleva su vida de manera normal. Los padres de Adriana se resisten a hablar del amigo de su hija, pieza clave en su desaparición, quien intenta ahora mantenerse alejado del caso y de las grabadoras por todos los medios posibles, como sucedió con Chilango, cuando se le buscó en varias ocasiones.

Conexión espiritual

El último acto público al que asistieron los Morlett fue a la Marcha por la Paz que convocó el poeta Javier Sicilia en mayo pasado. Marcharon en silencio y con carteles con fotografías de Adriana. Las autoridades les dicen que siguen investigando, pero hasta el momento no hay ningún indicio. La línea de investigación de que puede tratarse de un caso de trata de blancas se fortalece.

Meses antes de la marcha –el 14 de marzo– festejaron el cumpleaños de Adriana frente a la Rectoría de la UNAM. Ahí, en medio de veladoras prendidas, fotos de Adriana y gritos de consignas de amigos y compañeros de su hija, la señora Espinosa pidió a quienes la tienen retenida: «Les suplicamos que se apiaden de nosotros, ya fue mucho sufrimiento. La queremos de vuelta». Javier Morlett también habló: «El caso de mi hija no es un secuestro, no es homicidio, es una desaparición forzada, lo que significa que mi hija cada segundo corre peligro y cada segundo es vital».

Al cierre de esta edición, los Morlett habían enviado cartas a embajadas de países latinoamericanos para pedirles que buscaran a Adriana en sus tierras, después de que las autoridades les dijeran que ésta es una nueva línea de investigación: la sacaron de México. En cada entrevista, Javier Morlett dice, cuando se le pregunta si cree que Adriana está viva: «La persona que más conexión espiritual tiene con mi hija es su madre, y ella está segura de que está viva. Si ella me está escuchando le digo ‘estamos cerca, te vamos a encontrar’».