Como millones de mamás en México, este 10 de mayo Ana y Criseida irán al festival del día de la madres para ver a sus hijos disfrazados bailando en su honor, firmarán boletas y escucharán quejas o felicitaciones por la conducta de sus pequeños Diego y Santiago, dos mellizos que nacieron bajo un tratamiento de reproducción asistida con óvulos provenientes de cada una.

Para Diego y Santiago, Ana de Alejandro es su mami y Criseida Santos es su mamá. Ambas comparten un proyecto de vida y de activismo que comenzaron hace ocho años cuando esta pareja oriunda de Monterrey, encontró en el Distrito Federal las condiciones propicias para vivir creativamente la maternidad lésbica, decisión que aún no cuenta con la certeza jurídica para gozar de plenos derechos.

Se enamoraron de la ciudad

Los camellones, las jacarandas, la amplia oferta cultural y sobre todo una mayor aceptación a su orientación sexual que en el norte del país –donde 9 de cada 10 personas preferiría no vivir con una lesbiana en casa— fueron lo que más les atrajo a esta pareja de madres lesbianas para establecerse en el “monstruo de ciudad” por primera vez en 2003.

Ana trabajaba en un museo, mientras Criseida era maestra de inglés en un colegio. Durante casi un año, ahorraron lo suficiente para someterse a un proceso de reproducción in vitro con los óvulos de cada una y el esperma proveniente de un banco de semen: “lo escogimos de pelo café, alto y que le guste la música”.

Ana fue la gestante de dos óvulos, uno suyo y otro de Cris. Los mellizos nacieron en el otoño del 2006. Para entonces en la Ciudad de México entró en vigor la Ley de Sociedad de Convivencia. Aunque dos años antes, pese a que no era válido legalmente, la pareja ya se había “unido” simbólicamente en las pirámides de Teotihuacán.

Diego y Santiago, contrapunto chilango

En un café cercano a un apacible parquecito de la colonia del Valle, los dos mellizos de ojos verdes, vestidos de short café y playeras moradas, juegan incansables. Ambos nacieron en DF. Santiago es el más inquieto, es sociable y travieso. Diego más tímido, prefiere jugar eternamente con el celular que correr alrededor de la fuente, le gusta más el arte y aunque ya sabe escribir, dibuja; Santiago construye y a veces destruye los juguetes que reciben en las fiestas infantiles. Los dos quizá sean un reflejo de la combinación de las personalidades de ambas progenitoras.

Ana, es optimista y elocuente, después de estudiar Artes, ingresa a la Maestría en Estudios de la Mujer en la UAM Xochimilco. Emocionada, cuenta que durante sus primeros años en la capital, conocieron la fértil escena académica y cultural lésbica: “fue un curso propedéutico de introducción al activismo”. “Yo me enamoré de la ciudad”, confiesan los labios rojos de Ana. De las cosas más inspiradoras fue ver a las cientos de parejas unirse simbólicamente cada 14 de febrero en el Hemiciclo a Juárez, ya que entonces aún no comenzaba la discusión formal sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Criseida es más reservada y puntual. Escritora con dos novelas publicadas, combina el trabajo doméstico con su oficio. Más que con el tráfico o el ruido, con lo que batalla de la ciudad es la contaminación. Confiesa que al principio le apanicaba el metro, pero luego descubrió que era un lugar mucho más seguro que los micros. A pesar de que Monterrey es una gran ciudad, su lugar de nacimiento no le puede ofrecer el relativo anonimato de la Ciudad de México.

Entre más de 20 millones de personas, Ana y Cris pueden vivir y ser ellas mismas al lado de sus gemelos, sin tener que rendirle cuentas a nadie, al vecino, a la familia o preocuparse por el qué dirán.

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