“¡Ay, cachetón!”, me gritó un señor en el metro Bellas Artes de la línea 3, mientras una marabunta calzonuda avanzaba entre risas, gritos y borlote. Calzones habían de todo tipo: desde la clásica trusa Trueno, hasta el de encaje negro (sin albur). Piernas gordas y flacas, nalgas abundantes y planas, extremidades velludas y otras depiladas a conciencia. Y todos andábamos en lo mismo: celebrando el No Pants edición 2014.

“Oye, wey, ¿sabes cómo va a estar lo de los calzones este año?”, me preguntó un amigo hace un par de semanas. “No, pero ahorita checo”. Y fue así como me enteré de que el domingo 12 de enero era la fecha elegida para mostrar nuestras miserias, eso sí, muy divertidos, en el Sistema de Transporte Colectivo Metro.

[Y hablando del Metro, encuentra AQUÍ una nota sobre sus misterios.]

Bastó con una googleada para que apareciera la información: en la página de Facebook de Flashmob México estaba la convocatoria. No se mostraba ni fecha ni hora. “El viernes 10 les llegarán las instrucciones por correo, pero para eso tienen que inscribirse en esta página”. Como yo ya estaba registrado desde el año pasado sólo tenía que esperar pacientemente las instrucciones. Pero claro, me metía a diario a su feis nada más para hacer mitote.

“Io me voy a zaltar!!! XD” escribían algunos, con esa bellísima ortografía que nos hace querer extirparnos los ojos con una cuchara caliente. Los organizadores del Flashmob insistían: “Para participar es indispensable pagar su boleto del Metro.Éste no es un acto de protesta, es sólo por diversión”. Y ahí se armó el debate: que si no era más productivo participar en una manifestación que sólo quitarse los pantalones a lo wey, que si querían protestar se fueran al evento de #PosMeSalto, que si esto, que si lo otro.

Finalmente llegó el ansiado mail: además de las instrucciones de participación había una invitación a una Fiesta Silenciosa en la Alameda. Había que descargar un mixtape y bajarlo a un reproductor de mp3. La idea era que al terminar el recorrido por el metro, todos los encuerados nos pusiéramos los audífonos y anduviéramos bailando al mismo tiempo en la Alameda Central, pero en completo silencio.

Y llegó el día. Todos estábamos nerviosos, aglutinados en la glorieta de Insurgentes, como niños a punto de cometer una travesura. Pacientemente esperábamos las instrucciones de los organizadores que portaban megáfonos. La multitud era variopinta: desde gente vestida muy normalita hasta unos chicos emulando el vestuario de la película Naranja Mecánica. Los enmascarados no podían faltar: por acá Capitán América, por allá Rey Misterio Junior.

“Chingada madre, ya que se apuren, el Sol está bien ojete”, decía una chica que tenía cara de jamás soltar peladeces de ese calibre. “¡Somos 4, nos faltan 6!”, gritaba un grupito desesperado porque nomás no lograban juntar el grupo de 10 que los organizadores estaban solicitando para participar.

En mi grupo éramos 3, pero para nuestra fortuna otros chavos se nos pegaron. Al fin juntamos nuestra bolita e ingresamos al metro, pretendiendo naturalidad y sin llamar la atención, como estipulaban las instrucciones. Ingresamos al vagón en el metro Insurgentes. Nos quitamos los pantalones ahí dentro y los primeros ojos saltones no se hicieron esperar. Las señoras se hacían las que no veían. Los niños, mucho más libres y acostumbrados a señalar, decían “mira mamá, están en calzones”.

Transbordamos en metro Tacubaya rumbo a la línea 9. Por más insólito que suene, no hubo un solo “mamacita” para las chicas. Eso sí, había mucho señor con celular en mano grabando y sacando fotos. “Oigan, ¿y esto por qué es o qué, a qué se debe?” era la pregunta recurrente. Los organizadores insistieron en que debíamos responder con naturalidad cosas como “nada, pues me dio calor” o “es que no me alcanza para pantalones”. La onda era no revelar que se trataba de un Flashmob y sacar de onda al respetable.

Llegamos al metro Chabacano para pasar a la línea 8. Ahí ya la cosa era más bien de fiesta. “¡Que se los quite, que se los quite!” gritaban varios participantes, exhortando a un señor a que se despojara de sus pantalones y de sus inhibiciones. Aunque no convencieron al señor, sí se tomó fotos con la muchachada.

Ya en Bellas Artes todos estábamos desatados. Un vendedor de gorditas de nata sin ninguna clase de pudor gritó: “yo también me encuero, cómo no”. Acto seguido se bajó los pantalones y se quitó la playera, mostrando un abdomen de esos que sólo se logran a base de caguamas.

Al salir del metro siguió la chorcha; éramos una bola de exhibicionistas pasándolo en grande. “Eso es falta de respeto para las familias” gritó una señora. (Yo me pregunto si no es lo mismo -o menos, porque llevábamos playeras- que lo que se ve en Caleta o en Tepetongo). En teoría, en el Hemiciclo a Juárez debía iniciar la Fiesta Silenciosa. Fracasó. Todos queríamos echar desmadre, tomarnos la foto, platicar las impresiones con los amigos.

Los organizadores esperaban romper el récord de 6 mil asistentes que ostenta el metro de Nueva York. Apenas se juntaron unos 1,800; muy pocos tomando en cuenta que el año pasado fuimos alrededor de 4,000. El HT oficial del evento fue #NoPantsMx, para los que quieran morbosear las imágenes. Y si ven por ahí a un wey vestido con traje de futbol americano, ése soy yo. “El Cachetón”, como tuvo a bien bautizarme esta tarde un simpático desconocido.

Y tú ¿has participado alguna vez en un flashmob? ¿Le entraste al #NoPantsMX este año? Cuéntanos como te fue.