Raúl Medina Chirino es un sujeto solitario. Al hombre responsable de encender la Navidad en el Zócalo de la Ciudad de México, el mismo que desde hace cinco décadas diseña las nochebuenas y las piñatas que adornan las plazas públicas, no le gusta la gente. Por eso, cada año, cuando en la plancha del Zócalo encienden por primera vez los miles de focos de colores que pintan la noche capitalina, él prefiere quedarse en casa.

«Soy muy egoísta», dice entre carraspeos, «así que prefiero ir después, solo. Sé lo que vale mi trabajo, así que me gusta mirarlo a mis anchas. Soy un lobo solitario».

Chirino parece, en efecto, un animal huraño. Desde este lugar oscuro, una oficina adaptada como taller de dibujo en pleno Iztapalapa, suele pasar días, meses, dibujando retratos de Miguel Hidalgo o de Pancho Villa para las fiestas patrias o, bien, nacimientos y pinos llenos de esferas para diciembre. Desde hace 50 años, este es su trabajo: pensar en las figuras que vestirán Palacio Nacional, la Catedral, el Palacio del Ayuntamiento y el Edificio de Gobierno, entre otros inmuebles y plazas de la capital.

Ha extendido varios papeles a lo largo y ancho de su escritorio. En todos ellos ha dibujado caballos en movimiento. Para él, los trabajos de Navidad en el Zócalo terminaron hace meses. Ahora se esfuerza en retratar de la mejor manera a Vicente Guerrero cabalgando. El problema es que los caballos, por su extraña forma de andar y su cuerpo lleno de perspectivas, siempre le han costado trabajo.

Alguno de estos bocetos (todavía no sabe cuál) terminará iluminando con focos LED algún punto de la ciudad. Chirino se jacta de nunca haber repetido un solo diseño en su vida. Mientras habla, un puñado de trabajadores entrelazan series de focos en una rejilla afuera de su oficina: se trata de una de las últimas flores que adornarán la Plaza de la Constitución en esta temporada.

«Yo no soy modesto. Muchos creen que mi trabajo es una artesanía, pero yo creo que mi trabajo es un arte. Algún día, caminando por París, encontré una postal de México con una foto del Zócalo iluminado en diciembre: ahí, en la capital del arte, en París, estaba circulando mi trabajo», comenta.

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Navidad en el Zócalo de una ciudad que siempre cambia

Antes de obsesionarse con las esferas y los pesebres, Chirino quería trabajar para Walt Disney, pero nunca lo logró. Nacido a principios de los años 40, en el barrio de la Candelaria de los Patos, ha visto a la ciudad transformarse decenas de veces.

«Yo vengo de un origen muy humilde. Para que me entiendas: yo no usé calcetines hasta los 18 años, cuando pude comprarme unos. Entonces las calles eran otras. Los niños nos íbamos de pinta al deportivo Venustiano Carranza, que todavía existe, y nos metíamos a nadar ahí, encuerados, pues, porque no había de otra», recuerda.

Los árboles de Navidad eran algo exclusivo de las clases pudientes, recuerda, aquellos que habían hecho su vida en Estados Unidos y tenían dólares para gastar: los poderosos. En casas como la suya, lo único que se acostumbraba era conseguir una rama de pino, que aromatizaba el aire, y adornarla con algunas esferas brillantes.

Eso sí, la Navidad en el Zócalo en aquel entonces ya incluía iluminación para las fiestas de fin de año. El Gobierno de la ciudad colocaba una serie de luces blancas, para definir mejor el perfil de los edificios. Y sobre 20 de Noviembre solían instalar una flor de Nochebuena hecha con cuerdas. A Chirino, aunque la Navidad le provocaba cierta ilusión infantil, todo aquello le parecía un asunto sin gracia: las luces eran siempre blancas, a la flor hecha de cuerdas la deformaba el viento.

«Yo aprendí a dibujar antes que a leer», asegura, «cuando llegué a la escuela supe que tenía esa habilidad y que eso me distinguía de los demás: yo pensaba que todos sabían hacerlo. Entonces, yo veía los dibujos animados en el cine y quise dedicarme a eso. Apenas terminé la carrera de Artes Plásticas, envié una carta a Walt Disney con muestras de mi trabajo, pero nunca me respondieron. A la fecha, todos los diseños que hago, los creo pensando en los niños. La Navidad es para ellos, no para los grandes».

El pasado mes de septiembre, Raúl Ademar Medina Chirino recibió un cheque de $50,000 de manos del jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera. Era la forma en que el Gobierno de la Ciudad de México reconocía las cinco décadas de trabajo de este hombre de modales hoscos y voz atrabancada, quien le ha dado luz a la Navidad en el Zócalo.

Chirino no pudo evitar recordar aquellos días, aquellos años. Fue en 1966 cuando un hombre chaparrito, de lentes, entró a la Escuela Nacional de Artes Plásticas a buscar a un dibujante que realizara los diseños de algunos carros alegóricos para el carnaval de Veracruz.

«Modestia aparte, yo era de los mejores dibujantes», recuerda ahora. «Este señor era Agustín Vivanco Miranda, jefe de la Oficina de Alumbrado Público. Me dio $500 para materiales y $500 para mí. ¡Yo nunca había visto tanto dinero junto! En aquel entonces, aquello era una verdadera verdadera fortuna. Al menos para mí. Un año después, cuando Walt Disney nunca me respondió y me tocó hacerme cargo de mi familia, lo volví a buscar. Desde entonces estoy aquí».