En la Del Valle, una de las colonias emblemáticas de la clase media, un asesinato múltiple conmocionóa los vecinos y también a una ciudad entera que desde hace años no ha podido disminuir el índice de robo a casa habitación.

Juan José parecía personaje de película de terror. Estaba bañado en sangre. La cara, el torso y el pantalón negro manchados. La piel morena oscurecida todavía más por el rojo profundo de la sangre seca.

–¿Qué hiciste?

–Yo no los quería matar, pero se pusieron al pedo y los maté.

–¡¿A quienes?!

–A la familia…

Juan José estaba sentado en el asiento trasero de una patrulla. Estalló en llanto y por un momento no pudo hablar. Parecía arrepentido. «¡Présteme la pistola!», le dijo a uno de los dos policías que viajaban con él en el mismo auto. Los agentes se miraron confundidos, pero no hubo más tiempo. Tenían un llamado de auxilio a dos calles de donde habían detenido a Juan José. El azul del atardecer aún no se oscurecía. Era un día precioso de junio de 2012.

***

Juan José se veía fuera de sí. Casi como si estuviera loco. Deambuló por las calles durante varios minutos. Mientras caminaba, agitaba un cuchillo y vociferaba incoherencias. No estaba exaltado. Más bien parecía confundido, en estado de shock.

Un par de mujeres jóvenes se asustaron al verlo pasar y se alejaron de él. Daba pasos pequeños y, a cada uno, le brotaban del pecho chisguetazos de sangre que manchaban el piso. Cuando cruzaba una calle, a medio camino gritó: «¡Amo a mis hijas, amo a mis hijas, amo a mis hijas!».

Llegó a una esquina arrastrando los pasos y volvió a pegar de gritos. «¡Auxilio, auxilio!» Nadie supo ayudarlo. Habló de una desgracia, que había matado a tres. No sabían a qué se refería. No terminó de hablar porque una patrulla se cruzó en su camino. Su aspecto llamó la atención del par de policías que iban a bordo. Juan José recobró los sentidos y corrió unos metros, se lanzó contra un automóvil que conducía una anciana. No lo atropelló, sólo lo golpeó. Los policías lo alcanzaron y lo subieron a la patrulla sin mucho forcejeo. Lo llevaron con ellos pues tenían un llamado de auxilio a dos calles. Un vecino había reportado gritos en una vivienda. Mientras arrancaban, un policía en motocicleta le dijo a uno de los oficiales: «Aquí a la vuelta hay un desmadre y hay que ir».

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