Apenas notoria por estar a un lado de la Catedral y a la sombra del ala norte de Palacio Nacional, la calle de Moneda concentra la historia de la Ciudad de México desde la refundación de la urbe por los conquistadores españoles.

Sobre las ruinas de edificios sagrados mexicas se levantaron edificios que “representaron los poderes de la nueva época: el religioso, con el primer palacio del Arzobispado; el político, con el palacio virreinal y el cultural, con la casa de la primera imprenta”, explica Jorge Pedro Uribe Llamas, cronista urbano avecindado en el Centro.

Hoy Moneda —mucho más que otras calles del Centro Histórico— es sinónimo de abigarramiento. Aquí los contrastes se quintuplican, por la diversidad de los visitantes, la dinámica semipeatonal y un abrumador movimiento comercial y cultural.

En sus tres cuadras (poco más de un kilómetro), transitan por igual hipsters tocados con sombrero de fibra y gafas de pasta rumbo al Ex Teresa Arte Actual, que elementos del Estado Mayor Presidencial, como un recordatorio de que aquí ha estado el alto poder político desde los tiempos del palacio virreinal. También escurridizos comerciantes toreros que ofrecen cualquier tipo de chinerías y apresurados compradores de toda la República quienes han peinado Correo Mayor y El Carmen, quienes apenas pueden con sus bultos de bisutería, ropa o sandalias de moda.

Todavía en obra de remodelación, la Plaza del Seminario, frente al Sagrario Metropolitano, es el acceso desde el Zócalo hacia la calle de Moneda. El paseante tendrá que esquivar a los concheros que hacen limpias, los bicitaxis verdes que esperan pasaje y a las “doñitas” que venden tlayudas.

Decía el abogado e historiador José Iturriaga (1914-2011), uno de los primeros defensores de la ciudad histórica: “Cuando la capital de la Nueva España ya tenía en una sola calle la primera universidad, la primera imprenta y la primera academia de Bellas Artes del continente americano, todavía los búfalos pastaban con desenfado en Manhattan”.

83367Grabados en puerta.

Grabados en puerta. (Roberto Marmolejo.)

Lima vs Ciudad de México

La primera universidad de América tuvo su sede en la esquina de Seminario y Moneda; allí inauguró sus cursos la Real y Pontificia Universidad. La Universidad de San Marcos, en Lima, Perú, siempre ha disputado esa categoría porque su cédula de fundación se firmó el 12 de mayo de 1551… pero, oh fortuna, el documento llegó a la capital peruana dos años después, el 12 de mayo de 1553 y, sin un presupuesto asignado, no pudo arrancar cabalmente. La de México, en cambio, había empezado clases formales el 25 de enero de ese año, con un presupuesto de mil pesos anuales.

En 1865, cuando las leyes de Reforma suprimieron la institución, el lugar fue ocupado por uno de los primeros cafés de la ciudad: el Café del Correo (1852-1872), que por su cercanía con Palacio Nacional se atiborraba de escribanos y funcionarios del gobierno.

Pero en la memoria reciente aún se asocia al inmueble con la famosa cantina El Nivel, que abrió en 1857 con una licencia firmada por el presidente Comonfort. Al principio no tenía nombre, pero la gente la llamó “el nivel” porque estaba frente al Monumento Hipsográfico (1878), que ahora se halla en el costado poniente de Catedral. Dedicado a Enrico Martínez por su obra de desagüe de la ciudad en el siglo XVII, el monumento tiene en el pedestal indicadores que mostraban el nivel del lago de Texcoco.

Por su cercanía al Palacio Nacional, en la barra de El Nivel recargaron los codos casi todos los presidentes de México —antes de Vicente Fox—, y figuras públicas como el ubicuo Carlos Monsiváis y el poeta Renato Leduc. El Nivel fue la más antigua de la ciudad hasta 2008 cuando cerró debido a que la UNAM ganó un litigio por el predio.

Actualmente, la casona de la Primera Universidad de América está en proceso de remodelación. Cuando la obra concluya, se podrán admirar en el interior unas ventanas arqueológicas, así como unas vistas inéditas del Templo Mayor.

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