En 2011 publicamos este reportaje sobre Bullying en nuestra revista impresa. Luego de que en los últimos días el tema vuelve a echar limón en la herida por algunos casos que se han hecho públicos, te traemos esta investigación donde se da un panorama de este problema en México.

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A finales de cuarto de primaria, Ricardo logró algo que muy pocos habían obtenido antes en esa escuela de la colonia Del Valle: por tercer año consecutivo, 10 cerrado de promedio en el año. El mérito lo colmó de alabanzas por parte de los profesores y los padres de familia, que veían en él un ejemplo a seguir para sus hijos. Por lo mismo, entre los compañeros de nueve años creció el resentimiento contra Ricardo. Su excelencia académica fue aislando cada vez más al niño que de por sí había sido siempre retraído, callado, solitario. Ricardo se convirtió en el “raro” que aguardaba en un rincón el final del recreo, mientras sus compañeros jugaban futbol.

Dentro del salón, ya era el blanco de los aviones de papel; el “matado”, el nerd. La escuela se convirtió en un vía crucis diario. Además de ser el nerd, tenía otra característica que lo hacía blanco fácil: Ricardo tenía un apellido raro que, para respetar su anonimato, aquí cambiaremos por “Lechón”. Cada vez que el profesor lo llamaba por apellido, estallaban risas entre sus compañeros. Además tenía una madre que peleaba las batallas de su hijo a la hora de la salida. Si alguien lo insultaba, Mamá Lechón lo acusaba ante sus padres; si alguien le robaba la tarea, era ella quien confrontaba al ladrón. Pasó así toda su adolescencia. Una vez, en laboratorio de biología, mientras disectaba una rana, alguien le cubrió la cabeza con vísceras de batracio.

Otra vez, al morder una quesadilla en el recreo, un balón de basquetbol se estrelló, con plena alevosía, contra la tortilla frita y la nariz achatada. Más de una vez se pudo ver a Ricardo corriendo por las calles aledañas a la escuela, con sus brazos pegados el cuerpo y el portafolio a cuestas,

HERIDAS ABIERTAS

«Me ha tocado ver llorar a padres de familia, a empresarios exitosos, porque a los siete años no los incluyeron en el equipo de futbol. Son personas que estaban pendientes del comportamiento de los demás, por miedo al bullying, y no sabían autoabastecerse», afi rma Elena Barrero, directora de la Escuela de Psicología Universidad Anáhuac del Sur. El bullying ha sido algo presente durante varias generaciones y, aunque antes no se le conocía así, es más que un problema viejocon un nombre nuevo.

«Sin duda siempre ha existido el maltrato entre pares en las escuelas. ¿Qué cambia ahora? Que vivimos en un contexto de mucha violencia. El deterioro en el país en este aspecto ha sido dramático. Lo que estamos haciendo finalmente responde a una pregunta ¿cuál va a ser el impacto de la guerra contra el narco en esta generación de niños?», refl exiona el secretario de Educación del Distrito Federal, Mario Delgado Carrillo. Los robos, insultos y golpes tienen fecha de caducidad, pero la humillación crea heridas que, en algunos casos, supuran toda la vida.

Trixia Valle, directora de la Fundación en Movimiento, asociación que trabaja para combatir el bullying, vivió esta sensación en primera persona. La mujer de 38 años abre las compuertas del dolor cada vez que recuerda su historia. Desde el primer curso de primaria Trixia sufrió bullying. «Me decían eres muy flaca, eres muy tonta, para qué hablas. Me empezaron a robar todo lo robable y eso que no tenían ninguna necesidad; eran ultraricos y yo una chica normal.»

El acoso creció curso a curso. Cansada de la impunidad y de que los maestros miraran para otro lado, se armó de valor y confesó todo en casa. Sus padres no podían creerlo. «Me decían: “si tú eres muy feliz en la escuela”. Eran otros tiempos –mediados de los ochenta– y los padres no estaban tan pendientes.» Al final les imploró que la cambiaran de escuela y accedieron. Trixia se escondió tras una máscara. «Mil mentiras para que nadie descubriera que había algo vulnerable para que me volvieran a atacar.» Se tornó agresiva, pero el buen recibimiento de sus nuevas compañeras le impidió pasar de víctima a verdugo.

Los años pasaron y parecía que era una adolescente normal. «Tapé el dolor. Eso me ayudó en mi autoestima aparente pero, en el fondo, yo seguía teniendo un odio hacia mí misma espantoso. Pensaba: nadie me va a querer, a nadie le importo. Toda la gente es mala y yo no valgo nada. Me volví autodestructiva. Mi forma de expresar mi enojo, mi coraje, fue manejar muy rápido.» A los 18 años, Trixia se estampó a 140 km/h contra un poste y estuvo a punto de morir.

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