La peor noche que ha pasado Patricia trabajando en el alcoholímetro fue cuando la atropellaron. Apenas le había pedido al conductor que bajara su ventanilla, cuando éste le lanzó su coche compacto para darse a la fuga. No hay una cifra exacta de los oficiales a los que han atropellado, pues no todos llegan al hospital. Lo que sí se sabe es que al menos dos han muerto en el cumplimiento de su deber. Uno en 2009, cuando una camioneta lo arrastró casi un kilómetro, hasta que se impactó contra una estatua del papa Juan Pablo II.

Otro fue el año pasado, cuando sufrió un infarto causado por una fuerte discusión con un conductor. «No se dice tal cual, pero ese policía se murió del coraje –dice Patricia–. Estaban ya peleando, la persona detenida lanzaba golpes, ofendía, amenazaba, era una situación muy estresante que finalmente le causó un infarto». Cada elemento de este programa gana alrededor de 10 mil pesos al mes por jornadas de hasta 18 horas. Aun en temporadas altas, cuando el alcohol ronda por las calles y la sangre de los chilangos, ellos no reciben bonos especiales ni gratificaciones.

César Rascón, el jefe de todos los involucrados en el alcoholímetro, asegura que los empleados siempre reciben reconocimiento por su trabajo, aunque no sea económico. Y a ninguno de los entrevistados, algunos con más de 20 años trabajando para la SSP DF, les han aumentado el sueldo, dado un bono por su desempeño o un agradecimiento especial de parte de sus superiores. Pero sus quejas no son tanto por el dinero ni porque no disfrutan los días feriados o hace muchas navidades que no están con sus familias. No. Su principal queja es por los malos tratos que reciben por parte de los ciudadanos. Los escupitajos, las patadas y los puñetazos son parte de la rutina diaria. Los agresores terminan juzgados por ultrajes o resistencia de particulares. Al menos una vez a la semana, en cuatro días de aplicación del programa, alguien termina ante el Ministerio Público en vez de ante un juez cívico.

Carlos Montiel lleva 160 días trabajando en un punto de revisión y no recuerda uno solo en el que un detenido no lo haya insultado o amenazado. Cada noche hay alguien que dice tener las conexiones suficientes para quitarle el trabajo; cada noche conoce a algún “supercuate de Mancera”; y siempre, por lo menos una vez, alguien le grita “¡No sabes con quién te estás metiendo!”. Carlos y todos quienes forman parte de este programa deben cargar con la mala fama que durante años ha tenido la institución. La CDHDF no ha recibido quejas por abusos en estos puntos de revisión, pero sí por otros policías que cometen torturas, detenciones arbitrarias, agresiones a manifestantes y al propio personal de la Comisión. Según la “Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU)” que el INEGI hizo en 2013, 68% de los chilangos cree que la policía, literalmente, no sirve para nada. Y más de 70% piensa que la mayoría son corruptos o están coludidos con el crimen.

Aunque, dicen los que saben, el programa Conduce sin Alcohol es uno de los más transparentes y eficientes en la actualidad y de los pocos con aprobación unánime de los chilangos. No importa la fama, el dinero ni el poder: celebridades, políticos y funcionarios, todos van a pagar su sanción encarcelados. Su estructura ha creado suficientes filtros para que corromperla sea prácticamente imposible: hay muchosfuncionarios involucrados. «Si alguien me pidiera alguna vez que lo ayudara a no ser detenido, simplemente no podría –dice Rascón– porque no sería pedir un favor o convencer a un policía, y en algún lugar de la cadena alguien no va a querer y entonces sí, me quedo sin trabajo». Patricia, la policía arrollada, por ejemplo, dejó que su propio hijo de 22 años pasara la noche en El Torito. Discutieron, él suplicó, pidió perdón, pero no había manera de ayudarlo. Ella tenía la convicción de que su hijo tenía que aprender su lección.

Da clic en siguiente para leer la última parte del reportaje.