En 1968 se celebraron en México los Juegos Olímpicos: los primeros que se celebraban en un país en vías de desarrollo, los primeros en los que se sometería a los participantes a controles antidopaje… y de feminidad. Y los primeros en tener “mascota”.

La mascota olímpica es un símbolo de hermandad de los anfitriones para sus invitados al competir por las legendarias medallas. Representa la amistad entre los países participantes en los Juegos Olímpicos. Según las raíces de la palabra –mascota proviene del francés mascottes: amuleto–, cada animalito, figurita o personaje que nace en cada emisión de estas maratónicas contiendas significa un deseo de buena suerte del país sede para los atletas. Con el fuego, el juego y la competencia, llega la alegría. Y cada mascota nos recuerda que se trata de un evento lleno de ilusión y esperanza, lucha y glorias que se sufren tanto como las derrotas.

Por lo común se trata de animales o figuras antropomórficas representativas de la región sede. Su aparición fue inspirada en el universo cándido de Walt Disney: criaturas dulces, amables e identificables que van desde el perro salchicha y multicolor Waldi (Munich, 1972), el oso Misha (Moscú, 1980), el águila Sam (Los Ángeles, 1984), hasta el tigre Hodori (Seúl, 1988). Una bola de animalitos peludos que bien podrían figurar en un póster con Pluto o Goofy. (No, olvídenlo, sus perritos condechi no sirven para estas empresas nobles.)

La mascota Pop Art

Afortunadamente, no todo ha sido pura miel en la composición plástica de las mascotas. Cobi (Barcelona, 1992) rompió con esa tradición de dibujitos animados. No era más que un perro medio hipster y dizque cosmopolita que apareció de muchas formas: leyendo, con gafas, etc. El dibujo, a diferencia de los anteriores, tenía un estilo cubista. Cobi también inspiró la serie The Cobi Troupe, en la que se incluyó un universo de personajes como Petra, una niña estilizada sin brazos, diseñada para los Juegos Paralímpicos.

Desde Cobi han aparecido otras criaturas raras como Izzi –casi un sapo–, la primer mascota hecha por computadora (Atlanta, 1996), además de Atenea y Febo, dos muñecos acampanados (Atenas, 2004), o los hoy populares Wenlock y Mandeville (Londres, 2012), dos gotas de acero gemelas.

Lindas criaturitas

Y aunque cada cuatro años resulta frecuente la controversia por la elección de estás criaturitas, los diseños más polémicos suelen triunfar por encima de los críticos severos. No vayamos lejos: el santo patrono del kitsch mundialista, Pique, del Mundial de Futbol de 1986, cumple 26 años y no hay manera de borrarlo de la memoria. Y ni quien se acuerde del Juanito de 1970.

¿Lo mejor de las mascotas? Que en realidad los mexicanos tenemos una primicia: un jaguar rojo, tomado de una figura de El Castillo de Chichen Itzá, en los Juegos Olímpicos de México en 1968. Aunque la falta de entusiasmo sobre la idea –poca mercadotecnia, nula difusión del icono en botargas– lo condenó al olvido. De acuerdo a Paula Welch en su artículo Cute Little Creatures, Mascots Lend a Smile to The Games, publicado por la Fundación LA84 de Estados Unidos.

Las mascotas se vuelven representativas de los Juegos Olímpicos hasta 1972, cuando su imagen se une a la de los anillos olímpicos. Es decir, Waldi, el perro salchicha, fue el parteaguas para el futuro olímpico de estas criaturitas. Desde entonces, la existencia de la mascota oficial está regulada por la Norma 61 de la Carta Olímpica.

Por lo pronto Wenlock y Mandeville, estarán encargados de acercar el espíritu olímpico y la pasión por el deporte a niños y mayores de todo el mundo en Londres. Como mascotas del siglo XXI tienen su propio perfil de Facebook y Twitter, donde se pueden seguir sus aventuras preolímpicas sobre territorio británico.