Según estudios de una prestigiosa universidad que no vamos a mencionar, la Ciudad de México tiene uno de los índices delictivos más bajos de la República, solo comparables a la quietud de Tangamandapio o a Helsinki, en donde la gente puede caminar con los billetes afuera de la cartera sin temor a que llegue un desalmado caco y se apropie de lo que no es suyo.
El estudio previamente mencionado dice que eso se debe, no a la eficiencia de nuestros cuerpos policiales ni a la aplicación de la ley, sino a que los chilangos hemos desarrollado sistemas de seguridad de alta tecnología a través de los años.
Estos sistemas son tan efectivos, pero a la vez tan sencillos de implementar, que se está pensando exportarlos a las favelas brasileñas o a las calles de Venezuela, en donde las ratas de dos patas están a la orden del día. Analicemos pues, dichas invenciones que inhiben el espíritu de raterismo citadino.

Alta seguridad para bardas y paredes

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¿Tienes miedo de que un cleptómano tenga la tentación de saltarse la barda de tu casa? No gastes en alambre de púas, alambre electrificado o cámaras de circuito cerrrado: basta con conseguir unas botellas de caguama (el color café es básico) y romperlas en pedazos para que, con una mezcla de cemento, la agregues a la parte más alta de tu barda o pared. Los ladrones la pensarán dos veces antes de saltarse a tu casa bajo riesgo de que les queden las patas como a Bruce Willis en Duro de Matar. Solución milenaria que hasta tus abuelos usaban (por algo será)

Cadenas de amargura

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Lo que el Doc Mancera no imaginó cuando comenzó a hacer ciclovías por toda la ciudad, es que mucha gente iba a ver con envidia cómo los ciclistas pudientes van de acá para allá con su patas de hule. Eso ha ocasionado que a muchos se les haga fácil romper las cadenas con las que amarran su bicls a los postes y se las lleven. Por eso ahora venden broches de adamantium con triple grueso imposibles de romper con unas pinzas o, en caso extremo, el ciclista le quita el asiento para que el ladrón se desaliente en llevársela bajo riesgo de que se quede ensartado. Tan sencillo como eso.

Autoasegúrate

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Dicen que en el momento en el que llegó el primer automóvil a México, ya había un tipo que estaba pensando en desvalijarlo y venderlo por piezas, aunque no tuviera a quien. Pero esos eran otros tiempos, eso ya no pasa: por si las dudas los chilangos tenemos bastones que amarran el volante, la palanca de velocidades, los pedales y hasta el asiento del bebé. Si no tienes dinero pa’ comprar un bastón de buena calidad, basta con ponerle una cadena del tablero al acelerador y un candado reforzado y ¡listo!

Silbato inhibidor

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Cual batucada brasileira, las mujeres ahora cuentan con un pitillo que pueden hacer sonar cuando un manilarga se pase de listo. Basta con soplarle durísimo a la menor provocación para que todos los que estén alrededor acudan al llamado de la selva. Si no hay nadie alrededor, basta con tocar más duro el aparatito para que el acosador se lleve las manos a las orejas y en ese momento, aproveches para meterle una patada en los juanetes. O en los tanates, que duele más.

Estampita de San Ignacio

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Ningún ratero, asesino o violador se atreverá a entrar una casa que tenga en su puerta la estampita del santo exorcizador de demonios. Es súper efectiva aunque, cual entrenador Pokemon, puedes combinarla con otras habilidades: agrégale una estampita de la Santa Muerte o una de Gokú y ningún chaka querrá acercarse a tu morada, bajo riesgo de que le caiga una maldición celestial. Magnífica.
Otras medidas de seguridad en desuso son las de dejar la luz prendida de tu casa cuando te vas de vacaciones —para que el saqueador crea que hay alguien que está ahí, jugando baraja día y noche— o la más común aunque ineficaz: cruzarse la banqueta cuando veas que viene alguien sospechoso porque tenemos la idea de que los bandidos no saben pasarse la calle.
En fin ¿tú cómo te proteges de los malandros? ¡Cuéntanos!