Quizás por la expectativa, cada minuto parece una hora. Son las 15:15 en la esquina de Ozuluama y Ámsterdam. Algunas personas levantan las manos con el puño cerrado. No hace falta decir más, en un instante el silencio se apodera de todos los que están ahí: militares, policías, brigadistas y voluntarios. Metros más adelante, en Ámsterdam 107, donde se forma la esquina con la calle Laredo­, un edificio se colapsó y dejó a varias personas atrapadas entre los escombros. El silencio se prolonga. Al final, se rompe con aplausos. Han encontrado a alguien. Lo han rescatado. Vivo.

Los militares aseguran que tienen prohibido dar información, aunque insinúan que el rescatado es un civil. A la prensa nos dejan entrar cinco minutos, a contra-reloj, para echar un vistazo y conseguir la información necesaria.

Dentro del espacio acordonado todo cambia. En las banquetas hay mesas con material de curación: donde botellitas de alcohol, agua oxigenada y vendas se enciman de forma desordenada. También hay agua y bebidas azucaradas. Entre más nos acercamos al inmueble derrumbado, el piso se va pintando de blanco por el yeso caído. El polvo se siente hasta entre los dientes. Lo que más se escucha es el motor de las grúas amarillas. La cadena humana encima de los escombros es de más de 100 o hasta 150 personas, todas sacan piedras y más piedras con la ayuda de cubetas, palas y picos. El mecanismo se ve tan coordinado como el de las máquinas: por la derecha hay una fila donde los rescatistas van pasando cubetas vacías, en la punta de los escombros llenan las cubetas con piedras y las sacan por la izquierda, donde espera un camión que recoge los deshechos.

“¿Quiénes son los rescatados?”. Esta vez sí hay respuesta. Alguien dice “aquí está la lista, los números son el piso en el que estaban”. Una hoja blanca con letras escritas con tinta azul: imposible entender toda la esperanza y el trabajo encarnado allí. Hay dos secciones: desaparecidos y fallecidos. Algunas personas tienen anotaciones. Por ejemplo: a Consuelo y Mari las une una flecha, ambas están desaparecidas y estaban juntas.

Se acabaron los cinco minutos, hay que salir. Todos tomamos una foto de la lista, regresamos los cascos de protección. Gracias, les dicen todos a los rescatistas. Gracias. Y de pronto esa palabra parece pequeña, diminuta, ante todo el cansancio y todo el dolor, ante la expectativa y la enorme responsabilidad que ellos han decidido, sin más incentivo que ayudar, cargar sobre sus hombres. Gracias.

«Voy llegando, dónde ayudo»

Parque México

Las botellas de agua pasan de mano en mano. De pronto la cadena humana parece la forma más efectiva de trasladar todo: víveres, escombros, ayuda. Son las 11 de la mañana y el Parque México ha sido convertido en un centro de acopio. Aquí se recogen los víveres, agua sobre todo, que en unos minutos se dirigirá a Tlalpan y Xochimilco, dos de las zonas más afectadas y donde la ayuda aún escasea.

La gente camina, corre, por doquier. Por un lado se organizan las medicinas e instrumentos médicos, en otro el material de construcción (cascos, cubetas, palas, picos…). También hay un lugar destinado para ropa y cobijas. Justo enfrente de la fuente central hay pilas de comida: agua, galletas, bebidas azucaradas, latas de atún y otros alimentos no perecederos. Un poco más atrás están acomodadas como 15 casas de campaña, ahí están desde personas que perdieron su casa hasta voluntarios que requieren descansar un poco. Un olor a café impregna el aire, café de olla: al fondo del Parque hay un lugar para que cualquiera pueda comer y, de paso, ponerse bloqueador porque el sol golpea con fuerza.

«Hola, voy llegando. ¿Dónde ayudo?», pregunta una chica que carga una bolsa con vendas y alcohol. Más allá, una carpa con cerca de diez coordinadores. Una mesa con números de apoyo, listas de desaparecidos que se actualizan tan pronto les llega nueva información. Los únicos datos que le piden a los que quieren apoyar es el nombre y un número de contacto. Son un montón de hojas, unas escritas por los dos lados: en total se han registrado más de 150 personas y eso que todavía no es ni mediodía.

Más tarde nos enteraremos que en el Instituto de Ciencias Forenses, en la Colonia Doctores, esperan 32 cuerpos que no han sido identificados. Los últimos llegaron de la fábrica textil caída en Chimalpopoca y Bolívar, cerca de la Colonia Obrera, de Villa Coapa y, sí, de la calle Ámsterdam.

«No importa quién seas, aquí puedes descansar»

Casa Refugio Citlaltépetl 25

Citlaltépetl 25, en la Roma, se convirtió en un albergue que brindaba ayuda y descanso a voluntarios y damnificados.

Foto: Mariana Limón

Llegar es fácil: solo hay que cruzar la glorieta de Amsterdam y doblar en Citlaltépetl. En condiciones normales la casa número 25 es un refugio para escritores amenazados o perseguidos en sus países de origen, pero tras el sismo del 19 de septiembre el lugar se convirtió en un refugio para cualquiera.

«Esta casa, que es de la Secretaría de Cultura de la ciudad, la hemos convertido en un refugio para los que están ayudando. No importa quiénes sean, aquí pueden descansar», me explica una de las organizadoras.

Hay casa llena, y en realidad, muy pocos están descansando. Algunos traen cosas, otros ofrecen comida y bebida a los voluntarios, quienes a veces sólo llegan para pasar al baño. También aquí las cadenas humanas son la principal forma de organización. No hay camillas, así que los médicos brigadistas improvisan unas hechas con sillas. «Sólo fijate que sean del mismo tamaño, así no se cae nadie, ni se tambalea», le indica una doctora a su compañera.

En el interior de la casa hay cobijas apiladas sobre la mesa del lobby y otras más tiradas en el cuarto del costado, funcionan como camastros. Ahí se pueden recostar voluntarios, damnificados o heridos. En la noche todo eso se convertirá en albergue para todos aquellos -sí, incluidos perros- que no tengan donde dormir.

Aquí todos son civiles. Gente del barrio, voluntarios que vienen de todas partes de la ciudad, incluso de otros estados. Las autoridades, presentes en varios puntos de la Roma-Condesa, apenas atinan a resguardar las zonas de peligro, pues el trabajo voluntario para superar cualquier expectativa. Como hace 32 años, es la gente la encargada de levantar sus calles de los escombros, de mantener la esperanza despierta.

De nuevo una hoja de papel con algunas palabras garabateadas: jabón neutro, alcohol, merthiolate, yodo, baumanómetro, enalapril, metropol, gel con diclofenaco y, por último, estetoscopio. Material médico y medina: «eso es lo que más hace falta, sin eso no sabemos qué vamos a hacer».