La vida es sabia y nos coloca en los lugares que corresponde. A mi me llevó a crecer en la colonia Guerrero –la Guarrior Colony–, a unas cuadras del mercado Martínez de la Torre, el de verduras y el de ropa; ahí cerquita de la Lagunilla, a una cuadra del metro Guerrero y de la Iglesia del Inmaculado Corazón de María. Nunca mejor ubicación para la alimentación estomacal y espiritual, aunque a mi sólo me satisfizo la de la panza.
Dice internet que esta bonita y tradicional –aunque también harto peligrosa– colonia se fincó por ahí de finales del siglo XIX en lospotreros (dícese del lugar destinado a la cría y pasto de ganado caballar) del Colegio de Propaganda Fide de San Fernando –si han andado por ahí recordarán entonces la iglesia y el panteón donde están los restos de Benito Juárez–. Todo este enorme terreno era propiedad del que fuera diputado y pionero de los negocios inmobiliariosRafael Martínez de la Torre (sí, el del mercado).
Personalmente, no hay nada que disfrute más que caminar por sus pasillos –excepto en estos sofocantes días de calor en los que puro sudor– y ponerme a ver a los marchantes y sus locales, llenos de toda la parafernalia santa, virginal y a veces mortuoria habida y por haber, escucharlos mientras nos hinchan el ego: "güerita", "reinita" –a los caballeros les regalan el "joven", el "güerito"–, y no dejan lugar a dudas: "señito", "doñita". (Y ahí de aquellos que nos caigan con un "señora" cuando no lo somos).
¿Quién no tiene su mercado favorito? Y pobres de aquellos que sólo conocen el súper o el tianguis, aunque a decir verdad estos últimos también tienen su chistesito; pero nada como el mercado con sus pasillos de carnes frías, fruta, verdura, comida, piñatas, pecesitos, abarrotes, semillas (uff, meter la manita en los frijoles a granel, en el arroz, en el alpiste…).
Porque además dematemáticas(círculos, paralelas, polígonos), en los mercados hay colores, olores, sonidos, sabores (bienvenidas, muestras gratis), amables marchantes y sobre todo alimento fresco –y más barato que en los otros, en esos donde ya ni siquiera podemos subirnos a los carritos de ruedas y evitarnos el cansancio–.