«Me llamo Raúl y soy gastoréxico». Raúl, de 28 años, está obsesionado por gastar siempre en lo correcto –como los vigoréxicos, que no pueden perderse un día de gimnasio ni comer un carbohidrato de más–. Él confiesa que no se siente culpable, pero le asalta la sospecha de que tal vez se está perdiendo de un mundo que los demás, simples mortales, sí disfrutan. Los jueves y viernes nota que hay mucha gente que espera ansiosamente ejercer lo que entendemos por diversión, como pagar alimentos caros en compañía de amigos (cuando eso podría hacerse por una fracción del costo en la sala de una casa).

Raúl quizá se equivocó de siglo y de ciudad. En el XIX, los economistas decían que los agentes económicos – o sea los consumidores– tomábamos las decisiones de forma racional. No soltábamos un peso (ellos dirían que una libra) sin antes evaluar qué beneficio obtendríamos de ese gasto. Para Raúl, gastar 1,000 en una comida no deja buen sabor de boca. «Después de gastarlos me siento como si hubiera matado a un perro», cuenta.

Las costumbres chilangas entre los jóvenes con ingresos –sin importar si vienen de una mesada o un salario– no se inventaron para él. No parece estar convencido de las comidas con grandes cuentas divididas en partes iguales o las citas con chicas en las que él paga. Aunque parezca de otro lugar, nació chilango y trabaja –para mayor desgracia– en una oficina rodeada de restaurantes, justo en la zona donde hay más centros comerciales que aceras: Antara, Plaza Carso, Pabellón Polanco… todos le quedan a tiro de cartera.

Raúl dice que en su última cita a ciegas, organizada por un amigo suyo, quedó de ver a la chica en un Starbucks. Él no quiso café; ella sí, así que ella misma se lo compró. Platicaron, intercambiaron historias y números de teléfono; no hubo química y en la despedida, quizá para cerrar la plática con una frase casual, ella le comentó que 25 pesos por el valet parking le parecían demasiado. «Por eso no tengo coche», respondió él. El marcador fue: chica 50 pesos gastados (por lo menos), Raúl, cero. A él le pareció lógico no tomar café y no tener coche para no pagar. Pero, ¿qué habrá pensado ella? La duda no duró mucho tiempo. A las dos cuadras, ella le llamó para decirle que era un tacaño.

¿Tacaño es lo mismo que gastoréxico? Un tacaño es miserable, ruin, mezquino, según el Diccionario de la Real Academia. Alguien miserable y mezquino ve a un amigo enfermo y hambriento, pero no siente el deseo de compartir de su plato de sopa. Gastoréxico, en cambio, es el que se obsesiona por gastar correctamente, y no porque sea miserable, sino porque leyó en alguna parte que hay que ahorrar para el retiro. Quizá sólo compartiría la cantidad de sopa necesaria para que su amigo no muera de hambre.

Hace poco hice una encuesta, en una plática de sobremesa, sobre cómo dividir la cuenta en el restaurante. Todos contaron historias de terror: el abusivo que no quiere pagar, los jefes que comen hasta hartarse y luego reparten la cuenta entre todos –incluidos los mensajeros–, el cumpleañero que pide champaña y luego acepta que lo inviten, el recién llegado al grupo que pide whiskeys de 100 pesos y después aclara que él no comió nada, así que pagará lo mismo que el resto (que comieron ensaladitas de 35 pesos). Todos han sentido que deben pagar para permanecer en la manada. Raúl no. Y eso reduce su vida social.

A cambio, es el que mejor gana de su generación de la escuela, el que más ahorra y el que más se sorprende de que sus compañeros de licenciatura tengan tan buena ropa, vayan a tan buenos restaurantes… y no sepan qué es un plan personal de retiro. Él sí sabe, porque tiene tres.

¿Un plan de retiro a los 28 años? Como egresado de la Escuela Bancaria Comercial, sabe que mientras más temprano invierta, más dinero acumulará, porque se van sumando los intereses de sus inversiones. Pero sus amigos siguen en la fiesta. Y él no. Entonces su diversión, los fines de semana, se limita a pasar tiempo con su familia. Raúl dice que, pensándolo bien, es generoso en algo: en el tiempo que dedica a los que quiere, y ése es su lujo. Un lujo que sacó como ganancia de romper con las prácticas habituales de un chilango común. ¿Condenaremos al ostracismo al que cuida su dinero?

* Raúl es una persona real, y no un seudónimo del autor, Roberto Morán. Este último entró al periodismo para salvarse de su carrera, Economía. Y el periodismo se encargó de descubrirle que lo que más le divierte (sí, divierte) son las finanzas. Es el editor de la revista Dinero Inteligente.