Este silencio no es normal, es un silencio de luto

La familia de Victoria Salas (de izquierda a derecha: Víctor Salas, Salvador Sampedro y Consuelo Salas) busca justicia desde hace ya cinco meses.
Foto: Chilango.

¿Qué pasa al interior de una casa después de un feminicidio? Perder a una hija es como perder una parte del cuerpo. Así lo dice la madre de Victoria Salas. Su testimonio muestra lo que la impunidad provoca: el trauma persigue a las familias mientras que la lentitud de la burocracia las deja acorraladas en la brutalidad del crimen.

Un laberinto de color amarillo mostaza, eso es la colonia Las Cabañas. Los pasillos, cada vez más angostos, serpentean entre casas sin fronteras visibles entre sí. Avanzar por aquí es conocer el extravío: cuando piensas que entendiste la lógica de la numeración de las casas, el orden se rompe y hay que empezar de nuevo. Los mapas digitales ni siquiera tienen registrado el nombre de las calles. Al exterior, sobre Calzada de las Bombas, circulan las ambulancias del Hospital General Regional no. 2 de Villa Coapa, sus sirenas aturden al igual que los motores y claxonazos de los autos. Perderse es fácil, pero eso no provoca miedo. Pese a todo, los vecinos son amables.

–¿Aquí es el 42 B?

–Sí, pero no hay nadie –contesta un vecino del lugar, hace una pausa y después pregunta con curiosidad–. ¿A quién buscas?

–A Consuelo Salas.

–Ah –su rostro cambia, parece apenarse. Su vecina, que antes platicaba con desenvoltura, baja la mirada al piso–. No, es en el otro 42 B. Hacia allá.

Aquí no sólo se mezclan los números de las casas, también los ruidos. Afuera queda el tráfico, aquí suenan la pelota que rebota sobre el piso, ladridos de perros, pláticas entre vecinos, pasos llenos de prisa.

Basta con acercarse a la casa de Consuelo Salas para que el ruido se apague gradualmente hasta que no queda más que silencio: nadie cuchichean por aquí, los niños no juegan. Un moño blanco ha sido clavado sobre la puerta. Del otro lado, los sonidos minúsculos sofocan: la respiración misma, la fricción al sentarse sobre un sillón. No es un silencio de calma, es un silencio de luto: grita.

—Este silencio no es con el que nosotros vivíamos —morena, de nariz ancha y cejas pobladas, Consuelo Salas luce una mirada vacía, sus ojos oscurísimos divagan, se extravía. Es 27 de octubre del 2017, seis de la tarde. Observa la puerta de su casa, como esperando a que alguien entre —No, no vivíamos así hace dos meses.

Antes, el ruido tenía un horario: a las 7 de la mañana sonaba en el segundo piso el abrir y cerrar correteado de productos de maquillaje, uno tras otro. El clic de la caja de sombras, del rubor, de la botellita del delineador. Venía después la revoltura de los cajones y, al final, el repiqueteo de unos tacones cruzaba la escalera y salía de casa, con prisa. Entre las tres y las seis de la tarde, se oía el timbre esporádico del celular de Consuelo avisando que tenía un mensaje nuevo: «¿y hoy que harás de comer?, ¿cómo estás?, llego más tarde, estoy bien». Entre las 10:30 y 11 de la noche sonaba al pie de la escalera un chiflido cariñoso para la mascota de la casa, Bombita, un french poodle gris. Así sonaba Victoria Pamela Salas en su vida cotidiana. Hoy sólo queda este aire tenso.

En su casa y en las calles de la colonia todos le decían Pame; la güera, porque su piel era blanca; o la bonita, por su rostro fino y sus gruesos labios, siempre pintados en tonos intensos.Su mamá dice que medía 1.52 metros, pero la recuerda más alta porque siempre estaba derechita y utilizaba a diario zapatillas con tacón de aguja de hasta 15 centímetros, tenía más de 20 pares. Su cabello cambiaba de color constantemente,  la última vez se lo pintó de negro azabache.

Con 23 años le sobraban planes a futuro: quería re-decorar su cuarto, tomar pulque de cempasúchil en noviembre, obtener un mejor trabajo que el de vender tarjetas de crédito vía telefónica; quería pintarle el cabello a su abuela Josefina Martínez.  En cambio, su nombre apareció en la prensa hace ya casi medio año, en la primera semana de septiembre de 2017: «Asesinan a Victoria Salas», «sospechoso de la muerte de Victoria Salas queda libre», «exigen justicia para Victoria Salas…».

En su casa, de tres pisos, Victoria compartía habitación con su abuela materna, Josefina Martínez; unos meses antes del asesinato de su nieta, sufrió un coma diabético y padeció un estado grave de anemia. Debían cuidarla mucho, les advirtió el doctor al salir del hospital: cualquier impresión fuerte le podría costar la vida. Hasta el día de hoy, Josefina piensa que su nieta murió en un accidente automovilístico. Saber que fue mutilada, escuchar sólo la palabra feminicidio, literalmente la mataría. La regla no está escrita pero existe: se le puede llorar a Victoria en el primer piso o en el tercero, en silencio; si por error las lágrimas escurren en el segundo piso, se debe disfrazar cualquier emoción con un discurso bien ensayado: «es que la extraño mucho».

Así es el silencio en esta casa. A veces sale a recorrer el vecindario como antes el golpeteo de un par de zapatillas altas. Este silencio que se ha colgado de la espalda de Consuelo quien, cada que sale de casa, se percata de como los ruidos se desvanecen a su paso. Ha dejado de ser Chelo, la vecina, la amiga, la comadre. Ahora es simplemente «la mamá de Victoria Salas, la muchacha que mataron».

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Esa madrugada algo la despertó a las tres de la mañana: una extraña sensación en el pecho. Era 31 de agosto, el cumpleaños de Victoria; Consuelo todavía no sabe qué la impulsó a enviarle a su hija una felicitación vía WhatsApp; las separaba sólo un piso de la casa. A las siete en punto fue a despertarla para darle un abrazo antes de que saliera al trabajo.

—Nos estuvimos mensajeando toda esa tarde, bromeando –recuerda hoy, con la sonrisa a medias–. Me escribió que qué hacía y le dije “pues aquí, tristeando”. Me contestó: “¿Y eso?, ¿por qué?” Le dije que porque no tenía con quien pelear, que ya llegara. Y me dijo: “ora, tú, pero ya sabes que voy a llegar, chula. Te quiero presumir que en el trabajo me regalaron dos pasteles de chocolate, al rato nos los comemos juntas”. Le dije que sí, que quería un cachito.

Más tarde, el mismo día, Victoria avisaría que no iba a llegar a casa pronto. Su novio, Mario Sáenz, había pasado por ella a la oficina e irían a celebrar su cumpleaños en algún lugar cercano. Además de ser pareja de Victoria, Mario era una figura pública en la ciudad: skater profesional desde hace quince años, ganador de concursos nacionales e internaciones de patinaje, dueño de la tienda Zarape Skate Shop, seguido por 87 mil y 24 mil usuarios en sus páginas oficiales de Facebook e Instagram respectivamente y patrocinado por marcas como Monster, Sugar Skate Co. y Rid Shoes. El 26 de mayo del año pasado, Mario posaba a lado de Miguel Ángel Mancera en una pista de patinaje recién inaugurada en Coyoacán, en uno de los comentarios se leía «eres un ícono del skate en México, Mario. Felicidades».

Las horas pasaron. Victoria avisó que no llegaría a dormir. Al día siguiente, el primero de septiembre, Consuelo le marcó en la mañana; le dijo que venía de regreso con Mario de Cocoyoc, que estaba bien, que no había tomado.

—No llegaba. A las tres le llamé para saber dónde estaba —cuenta el padre de Victoria, Salvador Sampedro. Es un hombre callado. Ahora sujeta con delicadeza la mano de su esposa. Moreno, alto, de hombros anchos, el cabello y bigote negro, su mirada luce cansada. Odia hablar del tema, Victoria era su consentida—. Le dije: ¿qué no piensas trabajar, qué haces hasta allá?. Me respondió que le habían dado el día y venía con Mario. Ya, nada más. Esa fue la última conversación que tuve con ella.

Comenzó la espera. Consuelo presentía algo funesto, pero intentó convencerse de que todo estaba bien. Nunca se perdonaría haberse dejado vencer por el sueño aquella noche. Victoria jamás llegó. El dos de septiembre, Consuelo y la familia Salas conocieron el terror.

—Yo pensaba “Dios, ¿dónde estará mi hija, por qué no me contesta?” —recuerda Consuelo—. Todos teníamos la preocupación en la casa. Ella no llegaba y no entraban las llamadas. Le marqué y le marqué, pero me mandaba a buzón, a buzón, a buzón, a buzón.

Pasó las horas pegada a la ventana. La pesadilla tocó a su puerta a las ocho de la noche. Estaba oscuro. Dos judiciales preguntaron por los padres de Victoria Salas. Lo primero que pensó fue que a su hija se le habían pasado las copas, que se encontraba detenida con Mario, o en el hospital en el peor de los escenarios. Por eso estalló en preguntas: ¿qué está pasando?, ¿dónde está mi hija?, ¿está bien?, ¿dónde la tienen?, ¿dónde?

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En la casa de Consuelo no hay objetos navideños, sólo un pino adornado sin mucho esfuerzo en el segundo piso. Enero apenas comienza. ¿Si no tengo ganas de levantarme, cómo voy a tener ganas de festejar?, se pregunta Consuelo. Las celebraciones –Día de Muertos, Navidad, Año Nuevo, cumpleaños, aniversarios– son un recordatorio más de su luto.

Sólo porque Josefina Martínez, la abuela de Victoria Salas, le preguntó por qué no había decorado es que puso ese pino.  Hay días en los que las preguntas son inevitables: «¿por qué sales tanto, a dónde vas?, ¿por qué estás tan cansada?, ¿por qué no recuerdas que tiene otros dos hijos, un esposo, nietos?, ¿por qué no sueltas la muerte de Pame, fue un accidente y ya está en un lugar mejor, por qué no dejarlo ir?». A veces Consuelo quisiera contarle todo, pero el doctor le advierte: sería fatal.

La lucha constante de Consuelo –con ella misma y con las autoridades– la está acabando. Al menos dos veces a la semana acude al Ministerio Público o a alguna otra dependencia en la que deba realizar un trámite. Desde septiembre no ha parado de contestar preguntas (a la prensa, a los abogados, a los activistas) sobre la muerte de su hija.

–Es como morirse día con día –Consuelo observa un pequeño altar con fotos de su hija que ha instalado en el último piso. Es su refugio: ahí la ve, le pone música, le cuenta cosas.  Una cruz rosa y un ángel sin rostro fabricados por ella misma; el ángel es su hija, dice, como ya no tiene boca, su familia no se cansará de hablar por ella–. Vivir sin mi niña es como si me hubieran arrancado un brazo, una pierna, una parte del cuerpo. Me la arrancaron. El corazón… ese siempre lo voy a tener roto.

La psicología ha bautizado este desgaste: duelo de impunidad. Sucede principalmente con las madres de desaparecidos, según explican Angélica Pizarro e Ingrid Wittebroodt en su estudio académico La impunidad. Efectos en la elaboración del duelo en madres de detenidos desaparecidos. «Es un proceso de duelo alterado [causado por una tragedia sin resolver]. La búsqueda solitaria, desgastadora, insistente, persistente y consistente –prolongada por la impunidad– se convierte en motor pulsional, otorgando un trágico sentido a sus vidas. La herida producida (…) se transforma en una tortura permanente».

–No tengo idea de por qué no me dejan que ande sola –dice Consuelo, hace una pausa. Procesa un poco la idea y sigue–. Dicen que posiblemente tenga ideas de quitarme la vida. Pero no. Solo quiero una cosa: que le hagan justicia.

Aún así la acompañan a todos lados. Sospecha que es por las malas pasadas que le ha jugado su cabeza. Cuenta, por ejemplo, que un día llegó a casa y Jannette (su hija mayor)  estaba en el umbral de la puerta y ella no pudo evitar abrazarla de forma eufórica: pensó que era Victoria. En otra ocasión pasó horas en un centro comercial porque se cruzó con una de las tiendas de ropa favoritas de Victoria: algo la atrajo, dice, como si una voz le pidiera entrar al local. El sonido o la figura de una ambulancia la aterra, imagina que transportan el cuerpo de su hija.

Mientras tanto, su familia pelea otra batallas. Víctor, el hermano menor de Victoria, se inquieta cada que pasa cerca de un cine: era al lugar al que más iba con ella. Janette Salas, su hermana, le escribe cartas porque no puede verbalizarlo. Salvador Sampedro, su padre, extraña la compañía en las noches: solía recogerla en la parada del transporte público después de trabajar y ahora debe enfrentar ese mismo trayecto solo, a diario.

—Me está tratando un psiquiatra para ayudarme, me están dando muchos medicamentos — Consuelo lo dice sin pena, desde la muerte de su hija acude a terapias—. Yo sé que necesito ayuda pero nada hará que olvidé a mi hija. Nada me puede ayudar a olvidar el daño que le hicieron, nada me puede ayudar a olvidar que su asesino está libre todavía.

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Los Ministerios Públicos, para Salvador y Consuelo significan desesperación. La lentitud burocrática ya es parte de su rutina. Estamos a inicios de noviembre y han pasado dos meses desde el asesinato de su hija: el proceso de justicia no se mueve. No se saltan una sola cita, no dejan de hacer preguntas ni de pedir asesoría pero todo estuvo mal desde el principio, dicen, desde que les notificaron su muerte.

Fue el dos de septiembre, después de que los judiciales se presentaron en su casa. Llegaron al Ministerio Público ubicado entre Cuemanco y Periférico casi a las 10 de la noche. Al atenderlos les informaron que Pamela había sido acusada por robarse una cremas faciales. La esperanza sólo duró un segundo. Se trataba de una confusión, no era la misma Pamela: había otra mujer detenida con ese nombre. Su hija, Victoria Pamela Salas, había sido asesinada.

—Nos lo dijeron sin prepararnos, no había nadie a nuestro lado —Consuelo regresa a un estado de trance mientras habla. No fue ella quien reconoció el cuerpo, sino su esposo—. Fue la locura. Salí de ahí loca. Gritaba «¡no es cierto, mi hija no está muerta, es mentira!».

Al día siguiente, el tres de septiembre, la familia esperaba el cuerpo de Victoria en la capilla de la Divina Infantita en Tlalpan. El luto fue interrumpido por una sombra.

—Fue al velorio de mi hija —recuerda Consuelo y aprieta sus manos, con rabia. Se refiere a Mario Sáenz, quien fue detenido por la policía. Por esta razón, antes de recibir al cuerpo de Victoria, debió presentarse en el Ministerio Público para reconocer al exnovio de su hija—. Pensé: ya lo tienen, que se encarguen las autoridades. Él me insistía: «yo no soy su amigo, ni siquiera la conozco, no tengo nada que ver con su muerte». Yo sólo quería recibir el cuerpo de mi hija. Regresé a la capilla y abracé su ataúd, no me permitieron tocar su cuerpo. Ah, era muy bonita mi niña, pero él le lastimó su carita. Quiero pensar que fue por la temperatura del agua… Los papeles decían que tenía la mandíbula fracturada.

La necropsia reveló más detalles: Victoria fue herida con un arma punzo cortante en varios puntos del cuerpo y estuvo 10 horas bajo el agua caliente de la regadera. Desde el inicio de las investigaciones la Procuraduría señaló a Sáenz como el principal sospechoso; fue liberado porque presentó un documento de la Fiscalía de Coyoacán que avalaba que había estado ahí a la hora del crimen, siguiendo el proceso para arreglar la ponchadura de  una llanta causada por un bache. De acuerdo a El Universal, las cámaras de esa Fiscalía fueron revisadas y Mario no se presentó en ese lugar aquel día.

El 4 de septiembre Edmundo Garrido, Procurador General de Justicia de la Ciudad de México dijo en conferencia de prensa: «Ya tenemos a una persona presentada, su pareja sentimental, declarando ante el Ministerio Público. Es un feminicidio, ya tenemos una persona detenida, hay testigos que los ven llegar, está el vehículo con el que se retira. Es un tema que ya está trabajando el Ministerio Público».

Seis días después de esta declaración, la PGJCDMX informó que Mario podía estar fuera del país por lo que se solicitó una ficha roja a la Interpol identificándolo como prófugo.  La ficha roja contra Mario no es pública, sin embargo no todas las fichas lo son. La Interpol, explica que sólo las alertas «aprobadas para diseminación pública aparecen en la página web (la lista completa está disponible solo para los usuarios del Sistema de Información de INTERPOL)».

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Esta ciudad corre con prisa. Una hilera de papeles cuelga sobre un hilo blanco, mecidas por el viento.  Estamos justo a un costado del Palacio de Bellas Artes, es 10 de noviembre y se arrastra un mar de gente: en pocas horas Caifanes tocarán en el Zócalo. Pocos peatones se detienen a leer. Los papeles muestran fotos de Victoria Salas  y frases como: «Mario Saenz feminicida», «justicia para Victoria Salas». Quedaron ahí tras la marcha que Consuelo, su esposo Salvador y su hijo Víctor realizaron del bunker de la Procuraduría hasta el Zócalo: «exigimos a las autoridades justicia y que este caso no quede impune» se leía en la manta que encabezaba el pequeño contingente conformado por activistas y familiares.

«El día de mañana no queremos que vuelva a pasar lo mismo, nosotros ahorita estamos sufriendo por la pérdida de mi hija y él está libre. Le pedimos a las autoridades que hagan su trabajó bien», dijo Consuelo. Ahora, a las seis de la tarde, estos papeles impresos son el único reclamo que queda.

Los casos de feminicidios en la ciudad se acumulan, uno tras otro. El más reciente provoca el olvido del anterior. La familia de Victoria Salas teme que, por la indiferencia, el caso se reduzca a un número más. Saben que ha pasado con muchas otras mujeres. ¿Con cuántas ya? Depende a quién se le pregunté. Edmundo Garrido, Procurador de Justicia de la CDMX, reconoció que de enero a agosto de 2017 se registraron 29 feminicidios en la ciudad. 

María Salguero, creadora del mapa interactivo que registra feminicidios a lo largo del país, asegura que la cifra es más alta: en el mismo lapso, sus datos –todos verificados por dos o más fuentes– registran 43 feminicidios. El número creció y la ciudad cerró el 2017 con 69 feminicidios y 39 mujeres asesinadas de forma violenta, de acuerdo a sus datos. La cifra alarma, indica que en promedio, se cometen casi seis feminicidios al mes en la ciudad.

—Son expertos en ocultar las cifras: mandan los casos a homicidios. Algunos casos inician como feminicidio y salen como homicidio, otros jamás tienen perspectiva de género —explica María quien inició este mapa en el 2016. Desde entonces ha detectado que esta práctica es común.

El Código Penal de la CDMX estipuló desde el 2011 cinco supuestos para calificar a un delito como feminicidio: violencia sexual de cualquier tipo; lesiones infamantes, degradantes o mutilaciones; datos de amenazas, acoso, violencia o lesiones del sujeto activo en contra de la víctima; exposición del cuerpo de la víctima, es decir, que sea depositado o arrojado en un lugar público; o que la víctima haya sido incomunicada previo a su fallecimiento. En la práctica, muchos casos pueden tener uno (o más) de estos elementos, eso no significa que será procesado como feminicidio.

El caso de Victoria Salas a pesar de cumplir con cuatro de los cinco elementos para calificar como feminicidio y de que Edmundo Garrido lo calificó como tal en conferencia de prensa, no es la excepción: permanece catalogado como homicidio.

—De origen, ese ha sido el principal problema del manejo del caso de Victoria Salas. Su mamá, por esto nos buscó —explica  María de la Luz Estrada, coordinadora del Observatorio Nacional del Feminicidio. Ella ha trabajado de cerca con Anayelli Garrido y Catherine Mendoza, de Justicia Pro Persona, abogadas de la familia Salas desde finales de noviembre—. Este caso en particular cuenta con cuatro circunstancias para acreditarse como feminicidio, aunque el tipo penal sólo pide una. El cuerpo tenía lesiones, hubo violencia sexual, exposición del cuerpo y sería agravado por la relación de confianza, eran pareja. La condena va de 40 a 60 años. Nosotros empezamos a llevar el caso a finales de noviembre, el 15 de diciembre solicitamos una atracción a la unidad especializada de feminicidios; se ha hecho caso omiso, sigue en el Ministerio Público de Tlalpan.

—Hubo otro caso muy emblemático ocurrió en agosto [de 2017]: el de Estela Lazcano —recuerda María Selguero—. Tenía todos los elementos: su agresor la acosó por meses, la golpeó y violó con un tubo metálico, le destrozó el cráneo y al final la asfixió. La Procuraduría resolvió el caso como homicidio calificado. Hoy el culpable enfrenta una sentencia por homicidio, no feminicidio. Dijeron que no hubo elementos suficientes.

Los casos deben tratarse con perspectiva de género para tipificarlos de forma correcta; de lo contrario, los vacíos en las investigaciones impiden vincular a un proceso a los culpables. Los datos indican que, cuando se trata de feminicidios el grado de impunidad es alto: este año tan sólo hubo 5 responsables vinculados a proceso, 16 más fueron aprehendidos y 73 están prófugos.

Este es uno de los principales motivos por los que Justicia Pro Persona A.C., el Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria y el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidios pidieron implementar una Alerta de Violencia de Género contra las Mujeres para la CDMX el año pasado: «De 2012 a 2016 las autoridades reconocen como feminicidios 260 casos, esos datos reflejan sólo aquellos que el Ministerio Público tuvo la voluntad de investigar y tipificarlos como tal, lo que no necesariamente responde al total de asesinatos de mujeres», se lee el comunicado que emitieron las ONG. La Segob admitió la solicitud de la alerta.

El comunicado se publicó el 9 de octubre, un mes después Patricia Mercado, secretaria de Gobierno  de la ciudad, declararía: «La alerta de género no es necesaria, esa es la posición del gobierno. Estamos por debajo de la media nacional».

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El Hotel Novo Coapa y la casa de la familia Salas están separados por 1.7 kilómetros. Esto quiere decir, que en muchos de los traslados deben cruzarlo. Consuelo, por ejemplo, puede leer las letras rojas de su fachada cada vez que va al supermercado a hacer las compras de la semana. De tanto observarlo, ahora no soporta el color rojo.

—Ese hotel representa mucho dolor para mí y está muy cerca —cuenta—. Caminando puedo llegar ahí en minutos pero ya no voy por allí a menos que no haya otra ruta.

Los hoteles en la CDMX han dado de que hablar: el año pasado, según los datos de María Salguero, 11 fueron escenas de feminicidios. Además del caso de Victoria, dos feminicidios más ocurridos en un hotel se mediatizaron. El primero fue el de Génesis Ulannys Gibson, venezolana de 24 años, encontrada el 17 de noviembre en el hotel Platino, en la delegación Venustiano Carranza; se desconoce la identidad de su feminicida. El segundo fue el de Karen Ailén, argentina de 23 años, su cuerpo fue encontrado el 27 de diciembre en el Hotel Pasadena, en la delegación Benito Juárez.

—Los hoteles son una unidad de riesgo en esta ciudad— dice María de la Luz Estrada, del Observatorio Nacional del Feminicidio —No puede ser que se maten mujeres ahí adentro y resulta que nadie se da cuenta: que no había cámaras o que se tardan horas en encontrar los cuerpos. En el caso de Victoria Pamela eso pasó, después del feminicidio se dejó ahí la muchacha y nadie se percató. Ya hay más casos y parece que en la ciudad solo se están sumando como antecedentes. Urge que se haga una revisión sobre el tema. El Observatorio considera que los hoteles son un lugar riesgoso en la ciudad. Además, nos abren muchas preguntas: ¿qué pasa en los hoteles?, ¿cuáles son sus medidas de seguridad?, ¿cómo los están supervisando?. Porque se están cometiendo una serie de irregularidades que están dejando en un riesgo muy alto a las mujeres.

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            Consuelo y Salvador están en casa, apresurados, apenas si tienen tiempo para platicar. Es 1 de febrero y son las cinco de la tarde. Fue una semana difícil: hace dos días un video de la cuenta de YouTube Mafian TV circuló en redes sociales. En él aparece Mario Sáenz quien, todo sonrisa y carisma, asegura que no está prófugo, que es inocente, que puede probarlo.

—Imagínense que te levantas un domingo y eres un asesino…—inicia el video de 16 minutos en los que Mario niega que esté fichado por la Interpol,, además de presentar a una testigo que asegura haber estado con él del 1 al 2 de septiembre–. Yo no estuve nunca con Victoria Salas. Tengo todas las pruebas ante un Ministerio Público. Dijeron que mis pruebas eran falsas, las cuales son completamente verídicas y se las voy a hacer llegar (…) a todos los medios para que no vuelvan a  señalar una persona. Porque esto no es un circo y las personas no debemos vivir esto (…). Yo también soy humano, soy inocente completamente y no se vale lo que han afectado a mi familia y me han afectado a mí. Quiero que por favor encuentren un solo cabello, una sola huella en esa habitación, yo jamás en mis 29 años he entrado a ese hotel.

—Todo este vídeo es una burla —explica María de la Luz Estrada, del Observatorio Nacional del Feminicidio—. Él puede hacer lo que quiera, al final eso hacen los victimarios, todos aparecen como inocentes. Pero al final se tiene que investigar, él puede decir que tiene coartadas, pero está prófugo. Si todo era tan claro, ¿por qué se fue, por qué se escondió? Tiene girada una orden de aprehensión por homicidio. Es ridículo y de mucha gravedad que los asesinos terminen como víctimas, porque al final saben que el mecanismo de la procuración y administración de justicia es omisa, negligente y se aprovechan de eso para poder convencer a la sociedad de que son inocentes.

Nadie en la familia de Victoria Salas vio el video. No lo harán. Ni siquiera quieren revivir su rostro: el 3 de septiembre fue la última vez que tuvieron a Mario enfrente, para reconocerlo. Pensaron que no tendrían que verlo jamás, pero se equivocaron.

—Lo que diga no nos interesa —dice Consuelo—. Queremos que las autoridades esta vez sí se encarguen de hacer justicia, es lo único.

La única respuesta que la familia ofreció al video viral fue en conjunto con el Observatorio Nacional de Feminicidios: una carta en la que solicitaban una reunión urgente con Edmundo Garrido. «Como madre de familia, me preocupa que el caso de Victoria Pamela quede impune. Sin duda, el conocimiento de la verdad y la sanción a las personas responsables será un avance para garantizar el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia, en beneficio de mi hija y de otras jóvenes que lamentablemente han sido o podrían ser víctimas de la violencia feminicida».

Lo consiguieron. Hoy, jueves 1 de febrero, la familia y las abogadas del caso hablarán con el Procurador en unas horas. Mañana, se cumplen 5 meses desde el asesinato de Victoria Salas. Ambos parecen tener un poco más de energía y esta vez al preguntarles qué esperan del encuentro no responde Consuelo, sino Salvador.

—Esperamos que nos digan que hay avances. Llevamos cinco meses y esto es duro para nosotros: no verla, no tenerla, no abrazarla, no decirle ‘hija’ —por primera vez Salvador se quiebra, llora—. Para mí, mi hija es lo más maravilloso que me pasó en este mundo. La recuerdo todo el tiempo, a diario, en esta casa todos los días salen unas lágrimas. La amo, la quiero y algún día la volveré a ver y le diré que no se puede imaginar cuanto la extrañé, pero por ahora tengo que seguir adelante. Estas lágrimas son porque quiero justicia, porque ahora la voz de mi Victoria somos nosotros. Duele, pero estas lágrimas nos dan fuerza para seguir gritando que queremos justicia para mi hija.