Imposible quitar nuestra cara de espanto cuando vemos el nivel que el agua de la lluvia ha alcanzado a lo largo y ancho de nuestra calle, de nuestra colonia, de nuestra delegación, de la ciudad entera.

No, ya no nos basta con un paraguas o un impermeable, lo que necesitamos son las trajineras de Xochimilco, las lanchas de Chapultepec, o algún inflable en forma de ballena que nos traslade a nuestro destino.

Nuestros pies, piernas, brazos, caras, pelos se empapan. Los autos se quedan varados y se inundan –sólo vemos los toldos–. El metro se queda detenido en una estación durante horas –ok, minutos que parecen hroas–. Las calles se convierten en lagunas de aguas negras que nos hacen pensar en los cuatro jinetes del apocalipsis. Y que ya ni siquiera nos dan asco sino más bien miedo.

Alguien tendría que hacer algo para que esta ciudad no se convierta en la Venecia mexicana y otros muchos deberían dejar de tirar basura en las calles para evitar los horrores con los que debemos enfrentarnoscada que salimos a la calle.