Recibe este nombre debido a la apariencia escamosa de color gris verdoso que se forma en el sitio de inyección. La “droga zombi”, como se le dio a conocer, ha encendido los focos rojos en la Ciudad de México. «Algunos adictos han llegado con los efectos característicos de impacto –dice el doctor Prado García–: mucho dolor de cabeza, pérdida de identidad o despersonalización, intensidad en la percepción de las imágenes, sonidos, pérdida del sentido del tacto, que incluyen alucinaciones, y una gran sensación de miedo».Pero todavía no presentan daños en la piel o huesos, «quizá porque estos efectos se alcanzan cuando ya hay un consumo de al menos seis meses continuos». A diferencia de la heroína, que produce efectos alucinógenos durante varias horas, el krokodil sólo dura entre una y dos horas. Por eso un adicto consume más dosis. Una vez dentro del torrente sanguíneo, la droga daña los vasos y tejidos. La droga seca y expone la carne y da apariencia escamosa a la piel antes de disolverla. En casos graves, seca las extremidades, como los dedos, crea ampollas y causa flebitis y gangrena que, en la mayoría de los casos, terminan en amputación.

Víctor, un adicto al LSD y a los ácidos, pone dos gotas a mi pipa. Antes la había preparado con un poco de marihuana y ahora saca un frasco marrón del que extrae con un gotero el aceite de hachís butano. «Es algo leve, nada más para que te relajes», me dice. Aunque se denomina líquido, en realidad es una sustancia viscosa de color ámbar. De ahí su nombre, aunque el color y el olor pueden variar, dependiendo del tipo de disolvente utilizado. Los colores más comunes son el verde y el marrón. El aceite más potente en el mercado suele ser rojo amarillento. Víctor enciende la pipa por debajo y la preparación comienza a burbujear. Él da una calada larga. No hay ningún olor extraño en el aire, sólo el típico a marihuana.

«Vas a sentir lo mismo que con un churrito», dice cuando me pasa la pipa. El ámbar pertenece al grupo de los cannabinoides, es decir, similar a la marihuana aunque químicamente no tienen nada en común: el aceite se mezcla con solventes químicos que adulteran la sustancia y la convierten en una droga sintética. Esta sustancia se rocía sobre la hierba y sus efectos son cuatro veces más potentes. «Comienzan a hacer efecto lentamente, pero después viene un golpe que te puede tirar», me advierte Víctor.

Solamente doy una fumada a la pipa (se fuma en pipa de opio) porque no quiero correr riesgos. Me siento extraña, sufro taquicardia y, aunque trato de relajarme, no lo consigo. Esta droga, también conocida como K2, K3, spice, diesel, King Kong, nube 8 o cualquier ocurrencia que tenga el fabricante, era conocida como JWH-18 en honor a su creador, John W. Huffman, quien la desarrolló como medicamento para tratamiento para curar el sida. Víctor, en tanto, da tres o cuatro fumadas a su pipa. Se vuelve un ser pasivo, casi inerte. No habla y sólo fija la mirada en un punto. Le pregunto si está bien y dice que tiene un viaje de colores, que no lo moleste. FIN