En esta esquina podrás encontrar a los que reclaman ser descendientes del imperio Azteca, han conservado el baile de sus antepasados y piden dinero por él (no te preocupes por los autos, ya están acostumbrados a moverse rápido para que no los atropellen). Pasando por el cielo encontrarás el segundo piso, una obra arquitectónica relativamente reciente. En el centro de la ciudad encontrarás residuos de lo que alguna vez fue el Templo Mayor, más adelante las catedrales coloniales cubiertas por globeros y limosneros. Sí, no tiene ningún orden y es posible que ningún sentido si no eres de acá. Pero es esta ciudad la que el creador del movimiento surrealista nombró su capital.

Cuando hablamos de la ciudad de México hay factores que no se olvidan: el tráfico, la inseguridad, la contaminación, las hordas de gente por las calles. Lo que se olvida es que somos poseedores de una de las ciudades con más riqueza cultural en el mundo. En las pirámides tenemos residuos de las culturas prehispánicas, la colonia Roma hizo un intento por imitar París (a Porfirio que le gustaba tanto lo francés) y ahora alberga a los que quieren hacer de nuestra ciudad un pequeño Nueva York. Coyoacán y Tlalpan han dado alojo a los artistas y los intelectuales: María Félix, Luís Buñuel, Gabriel García Márquez, Jorge Ibarguengoitia. Y por supuesto, no hay que olvidar aquellas banalidades que nos vuelve tan distintivos: las cumbias electrónicas en los mercados, el polvo y los peligrosos juegos mecánicos de las ferias populares y nunca falta el mariachi que tras una larga jornada, a la temprana hora del día se sube al pesero.

André Breton, de cuyo puño nació en manifiesto surrealista, fue el primero en percatarse de esto. Él era un hombre de buen ver. Narizón de cejas pobladas y pelo negro. Muy elegante. Muy chic. Muy francés. Sin embargo, al poeta no le importaban las banalidades exteriores sino el discurso interno de la razón incoherente. Eran los años treinta, la segunda guerra mundial empezaba a gestarse, dictadores autoritarios se colocaban en las grandes potencias europeas partiendo de un discurso nacionalista. Al artista y al intelectual no le gusta que se le digan qué hacer ¿cómo reacciona ante una teoría autoritarista? con una sola premisa: conocer la oscuridad del funcionamiento interno del individuo.

Una conferencia en la UNAM trajo a Breton a la ciudad de México. Se encontraba ahí, perdido en la inmensidad de la capital mexicana, sin saber precisamente la causa que lo había llevado. ¿Qué encontró Breton en su visita? El surrealismo natural, el surrealismo sin querer serlo. Es cierto que en aquel entonces no contábamos con segundos pisos, espectaculares y vendedores ambulantes. Sin embargo, era la mezcla de culturas que tenía al francés hipnotizado. El surrealismo se encontraba en las raíces de la ciudad que buscaba imitar a París. Las pirámides, con las piedras perfectamente colocadas hablaban de un imperio que se había buscado drenar por completo hasta que no quedara nada. La gente seguía cantando con la voz de Xochipilli, dios de las flores y la poesía lírica, le seguía rezando a la diosa Coatlicue por los muertos que se había llevado. Xochipilli la vida, Coatlicue la destrucción. Los antiguos mexicanos había encontrado de eros y el tánatos de que se les otorgara la palabra para describirlos.

Breton conoció a tres grandes personajes en su visita a México. Una artista tormentosa que pintaba los espacios del interior de su mente (Frida Kahalo). Su esposo, un hombre regordete cuyos murales narraban el México de las clases marginadas. El México místico exterminado por completo (Diego Rivera). Finalmente, al lado de un ex revolucionario soviético, quien por causas de fuerza mayor había emigrado a la Ciudad de México (León Trotsky) se redactó “La libertad completa del arte”. Breton llegó a México para difundir su corriente intelectual. Al llegar vio que el país no la necesitaba. México ya era surreal. Y ¿saben qué? Sigue siéndolo.