La verdad es que nunca fui gran fan de las marchas pro orgullo gay. Empecé sintiendo pena de caminar con una bandera de arcoíris en las manos presumiendo un sentimiento que no sabía si tenía, tiempo después me dio pena sentir pena y así sucesivamente, pero pese a eso he asistido como espectadora a varias marchas ya desde hace 7 años y no les puedo mentir, desde el momento en que pisé hoy la Zona Rosa, sentí una gran necesidad de adquirir souvenirs multicolores y saltar al sonoro “el que no brinque es buuuga”. Señoros todes: me emocioné.

Según mi compa (ñera, no compadre) con la que iba, teníamos que irnos tempranísimo, cuestión que no sucedió y sí llegamos hasta las 12 del día. Amberes se abarrotaba de orgullosos que preparaban sus atuendos para incluirse a la caminata; nosotras no resistimos la tentación y terminamos por comprar una discreta pulserita para que no nos tacharan de mironas, o peor aún, de bugas. Y empezamos.

Irónicamente, agarrar la marcha desde el ángel, resulta un tanto desangelado. La gente no sabe qué hacer ni por donde empezar o a quién juntársele, es como si un gran cast de circo se preparara tras bambalinas para iniciar el show, como si todos se estuvieran acomodando las máscaras y pintándose ánimos para salir a sonreírle a las cámaras, o a los muchachos, o a quien se les ponga enfrente, pues. Muchos dejan notar su fastidio por el sol, por los tacones, porque el maquillaje se les corrió o porque sus atuendos se van deshaciendo; otros tantos caminan ya a esa altura como chivitos recién nacidos por el dolor que les provocan los tacones, ¡Ah pero qué ganas de sufrir!

Caminamos como parte de la marcha y no a un lado como era el plan original, nos encontramos a una batucada con muy buen ritmo y a un grupo de vaqueros en sus caballos, unos norteños, unos militares, señores bien masculinos agarrados de la mano y muchos travestis, transgéneros y transexuales. Diversidad por todos lados, eso, no había un solo personaje que se puedan imaginar y que no estuviera presente. Muchas familias, muchos niños, mucha gente mayor, muchos vendedores, mucha gente ligando, muchos chavos en calzones, muchas chavas de la mano, muchas pancartas, mucho todo de todos colores, mucho orgullo. Una marcha mucha.

Adelantándonos, nos encontramos a todo tipo de personajes, la mayoría de ellos muy amables y dispuestos a regalarnos una pose para la foto, prestos a toda la gente que quería fotos con ellos y lo más padre de todo, que iban bien en su papel: de la Monroe, de la Trevi, de una Charra, de Muñecas, de colegialas, de princesas, de Señoritas México, Tabasco, Mérida, Sonora…y hasta de Santa Sor Juana Inés de la Cruz (sí, santa). Hasta antes de llegar a la alameda, no faltaron los cánticos de siempre, como en el que acusan a los mirones de también ser “maricones” o aquel que versa a nuestra heróica autoridad “Policía escucha, tu hijo se llama Lucha” Tampoco faltó el famosísimo “no que no, sí que sí, ya volvimos a salir” y entonces pensé… ¿De dónde volvimos a salir? ¿En dónde estábamos metidos? ¿No que muy fuera del clóset? ¿Somos algún tipo de algos que se guardan todo un año antes de volver a salir? ¿Por qué sigo brincando?

Nos cansamos, quedamos un rato en el Hemiciclo a Juárez esperando ver a los cristianos que cada año tratan de regresarnos al “camino del bien” no estuvieron presentes. Unos chicos que parodiaban a Peña Nieto y edecanes tomaron la tribuna para hacer un pequeño performance donde mostraban pancartas con peticiones como “no más brutalidad policiaca” y fue hasta ese momento cuando recordé que ese es el propósito de una marcha, no sólo el exhibicionismo, no sólo quitarse la ropa o ponerse tacones y plumas. Hay gente que aún recuerda los propósitos.

Hay gente que aún va con sus familiares en señal de apoyo, hay papás y mamás orgullosos que no tienen miedo, hay hijos que apoyan y demuestran amor a sus dos mamás o dos papás. Hay gente que, de corazón, aún pide igualdad de derechos, que piden respeto y que piden tratos igualitarios. Es bonito ver y entender que mucha gente no sólo va a divertirse o –peor aún- exhibirse como gran parte de la población acusa, sino a mostrar que creen fervientemente en sus ideales y que están dispuestos a exponerse por defenderlos.

Entre 2 y 3 de la tarde, a la altura de Bellas Artes se separó la gente, empezó todo a tornarse aburrido y empezó a faltar la música. La mala organización, como todos los años, se hizo presente. Fue hasta media hora después que otro grupo con cientos de personas volvieron a aparecer con cánticos y brincos y colores, camiones, osos, leather lovers, entaconados, enamorados, y muy enamorados.

Como era de esperarse, El corredor Madero estuvo cerrado, nos desviaron a las calles alternas para poder llegar al zócalo, y yaun tanto asoleadas, cansadas y hambrientas, esperamos en la plancha a que la gente terminara de llegar, parecía interminable. Ya no había mucho que hacer, la mayor parte de la comunidad se agrupaba poco a poco para regresar a zona rosa pues la fiesta no termina. De nuevo, a los más jóvenes se les olvida el objetivo: la lucha.

Si por ser la marcha del orgullo LGBTTTI no. XXXV de la Ciudad, se esperaba que fuera mejor que las anteriores, no sucedió así. La gente se divierte, se morbosea, se intercambian teléfonos, se coquetean, se enfiestan y reiteran “el orgullo” que sienten. Como todos los años, nada distinto, nada mejor, nada peor, todo lo mismo. Se vale decir que me divertí como enana con la amiga con la que asistí a mi primera marcha gay y que como siempre, volvimos hechas polvo.

Llueve. Vámonos a la fiesta.