Hace pocos años celebrábamos que, después de muchos debates en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, una modificación al Código Civil capitalino permitiría –por fin– el matrimonio entre parejas del mismo sexo. En el mismo espacio, durante el Parlamento de la Juventud, la semana pasada, el joven Juan Pablo Castro Gamble se quejó precisamente del “matrimonio de jotos”.

El video del chico de filiación panista de 17 años ha circulado por todos lados. Los medios de comunicación le han dedicado tiempo y espacio en sus páginas. No causa sorpresa que alguien, independientemente de su edad o partido político, piense en estos términos: lo que sorprende es la respuesta que han tenido algunos miembros de la llamada comunidad lésbico, gay, bisexual, transgénero: publicar la dirección de correo electrónico y el número celular de Juan Pablo, invitar a la gente a agredirlo, interponer una denuncia penal en su contra. Estos son ejemplos de la poca inteligencia con que se conducen algunos activistas en México.

4757-https://www.youtube.com/watch?v=vj9_oKyqAvY&feature=youtu.be

Por supuesto que el lenguaje importa y que ideas como las de Juan Pablo son un indicador de la intolerancia hacia la diversidad sexual. Y por supuesto que no hay que hacer caso omiso, pues la homofobia y la transfobia son experiencias cotidianas en este país. La discriminación no es un problema menor. La intolerancia, incluso, deja a gente sin trabajo, sin familia y, aunque parezca increíble, sin vida. Apenas este fin de semana asesinaron a la activista trans Agnes Torres en Puebla, un estado donde, en lo que va de 2012, no alcanza una mano para contar los crímenes de odio. Pero al tratar de contestar, los autonombrados representantes de la ‘jotería’ a veces oprimen el botón incorrecto. Y esto se nota en ésta y en otras acciones, incluyendo las que deberían ser reivindicatorias. Veamos.

En la Ciudad de México el movimiento LGBT y su marcha anual no son novedad. Entre los logros más aplaudidos gracias a sus iniciativas se pueden mencionar el acceso al matrimonio y la adopción. Muchos han ganado terreno en medios de comunicación, en oficinas de empresas importantes, en calles donde ya no temen caminar de la mano con su novia o novio. Pero su fracaso más lamentable es su notoria desorganización, su falta de profesionalización.

Esto sucede incluso alrededor del más tradicional de sus eventos: en junio habrá dos ediciones de la marcha del orgullo LGBT. Dos grupos de activistas, artistas, empresarios y políticos están organizando dos marchas en fechas distintas. No pueden ponerse de acuerdo para hacer una fiesta (que incluya, por supuesto, un discurso político) de la talla de otras capitales internacionales, de la talla de la Ciudad de México. Y cuando no están en sus respectivas reuniones de planeación, invierten su energía y tiempo en atacar, insultar, difundir chismes vía redes sociales y hacer lo que esté en sus manos para entorpecer el trabajo del equipo opositor. Ya sea por envidias, porque están detrás de botines partidistas o porque no han entendido que el tono de la primera marcha del orgullo gay no puede ser el mismo que 34 años después, el penoso resultado es una marcha que deja insatisfechos a muchos de sus asistentes.Muchas agrupaciones de otros estados de la república voltean hacia sus colegas del centro sólo para decepcionarse de sus pleitos infantiles, de sus quejas intrascendentes, de sus reinas y embajadoras en la marcha gay con carreras expiradas y discursos huecos.

Así, la intolerancia y discriminación que experimentamos en el Distrito Federal, Puebla y, en realidad, en todo el país son el resultado de varios factores: carencias educativas, procesos culturales, problemas sociales, deficiencias de parte del gobierno, influencia mediática e irresponsabilidades compartidas. Pero también son un síntoma incómodo del trabajo insuficiente de las organizaciones pro respeto a la diversidad sexual. Tristemente, la intolerancia y la discriminación son también una muestra de que las alianzas al interior del movimiento no son tan sólidas como pensábamos ni están funcionando como quisiéramos. Son una llamada de atención para hacer a un lado las diferencias (a menudo más personales que profesionales) que obstaculizan el trabajo en equipo. La meta no es tan difícil: hacer del movimiento LGBT en la Ciudad de México algo digno de ser admirado por el resto del país y, por qué no, en el mundo. ¿Se podrá?