Las bellezas citadinas de la urbe chilanga invitan a recorrerlas a pie, pero andar puede ser todo un reto, desde bajarte de la banqueta por un puesto de buenos tacos que está lleno de godínez hasta los cafres que te echan lámina. Cómo olvidar esa caca de perro que pisaste rumbo a tu trabajo.

Aquí 10 cosas que odiamos los peatones:

1. Las señales inadvertidas

Sabemos que los chilangos vivimos a prisa, pero el tráfico, la lluvia o levantarse tarde no son pretextos para pasarse la luz roja, invadir el paso peatonal ni meterse en sentido contrario. ¿Alguien recuerda la iniciativa de cruces de cortesía? Las líneas blancas en las esquinas no son la meta, no gana el primero en pisarlas. Tampoco quien se roba la salida.

2. La vuelta continua

Pensemos en un cruce cualquiera. Si se tiene el rojo los peatones no pueden cruzar –vienen autos– y si se pone el verde, tampoco. Es simple, si está el siga y se va a girar, primero se debe dejar pasar al transeúnte. Nada de echar la unidad para intimidar. El “a la derecha es continua” aplica únicamente si no hay gente cruzando, ¡no hay que ser!

3. Tierra de nadie

Ya sean vehículos, puestos de periódicos, piratería o fritangas, parece que las banquetas ya no son para caminar. Sí, somos muchos y no cabemos, pero estacionarse sobre la acera para ahorrase el parquímetro está mal. La naturaleza ya hace lo propio echando raíz y qué decir de las eternas obras de pavimentación, gas o los de la luz. Dejen un poco de espacio.

4. Turistas muégano

El objetivo es admirar la ciudad a pie pero queridos turistas, esta urbe tiene un ritmo propio, casi siempre frenético. Es un reto rebasar a una familia de cuatro, todos tomados de la mano. Aplica la regla de las escaleras del Metro, esa que pocos conocen, caminar del lado derecho y dejar la izquierda a quienes viven aprisa.

5. Yo aquí me quedo

Aplica afuera del antro, la escuela, la casa, la oficina, el museo… la gente se queda en la puerta a platicar, fumar, esperar o simplemente estorbar. Tan fácil que es hacerse a un lado, pero no, hay que impedir el paso. En las calles peatonales la cosa se pone color de hormiga, pues contribuyen a ello las estatuas vivientes atrapa-peatones.

6. Ya me quemé

No importa si hay botes especiales o es una colonia pet friendly, hacer camino al andar implica sortear gracias de perro. Seguramente es asqueroso recogerlas –aunque amen a su mascota como a un hijo–, pero los demás no tenemos por qué llevarlas en los zapatos. Ya entrados en el tema, al pasear a la mascota hay que considerar a aquéllos que simplemente las odian; “no te acerques que ando chido”.

7. ¡Ahí va el agua!

Los balcones con plantas lucen hermosos, pero regarlas sin siquiera mirar abajo ni advertir con el clásico “ahí va el agua” es gandulear. En mi muy particular caso, me han tocado responsables dueños de mascotas que las asean en la azotea y dejan que sus impurezas escurran. Es asqueroso recibir una lluvia amarilla, sobre todo si es sábado y no toca baño.

8. Se acabó el camino

No conozco muchas ciudades, pero puedo presumir que el DF es la única en la que encontré esta característica: vas muy campante por la banqueta y de pronto se acaba. Las opciones son bajarse al arroyo vehicular –con lo amables que son los conductores– o desandar. Otro orgullo local son los puentes que no llevan a ningún lado o son únicamente una escalera.

9. Rápidos y furiosos

No está bien cruzar a media calle, lo sé, pero no entiendo a esos automovilistas que al verlo a uno lo centran y aceleran. Lo mejor es cuando lo hacen para detenerse metros adelante en el semáforo. A su favor podríamos exponer que tal vez son la causa de que este país destaque en disciplinas olímpicas como la marcha.

10. ¿No le estorbo?

Las señoras, los empleados de tienda y hasta algunos ambulantes tienen la bonita costumbre de barrer la banqueta. El problema está cuando asumen todos los derechos y continúan su labor aunque uno necesite pasar. Ignorarlos es exponerse a ser mojado o enterrado, aunque es menos grave que meterse en el camino del Metrobús.

¿Qué otras cosas odias como peatón?

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