El viaje pesado y sin rumbo hasta los confines de la mente de un joven trastornado por el divorcio de sus padres podría ser la mayor travesura de Spike Jonze desde Jackass.
La ambiciosa adaptación confiada al realizador Spike Jonze (Being John Malkovich, Adaptation) Where the Wild Things Are del libro para jóvenes de Maurice Sendak ha sido calificada tanto como experimental y artística — y solamente un par de veces con un tono irónico — por numerosos críticos de cine y periodistas. Con todas las implicaciones negativas que pudiera tener esto sobre la taquilla, estas etiquetas tienen también ciertos beneficios, siendo la más importante la libertad para no tener que atenerse al estricto código de la cinematografía ortodoxa donde la regla básica es la presencia de una estructura narrativa.
Pero pedirle a una obra como Where the Wild Things Are ello no tiene sentido porque está muy por encima de semejantes menudencias. Primero porque el material original que le servirá de fuente a Sendak consta de 10 líneas de texto pero no existe ninguna trama. Por lo cual Jonze y su co escritor, Dave Eggers tuvieron que crear una. Al concederles la libertad total que viene de la inexistencia de una trama ellos aprovecharon la oportunidad para explorar en las profundidades de la identidad del chico adolecido y en necesidad de sanarse del fuerte golpe del divorcio de sus padres. ¡Y vaya que se trata de un viaje realmente alucinarte!
El novato Max Records juega el papel estelar de Max, un joven turbulento con un gusto por las travesuras y que tiene toda la energía necesaria para realizarlas. Es una combinación volátil si no recibe la debida atención, y al cabo de poco tiempo se manifiesta una noche con una explosiva reacción cuando la madre de Max, quien está contrariada y extenuada (interpretada por Catherine Keener) tiene el atrevimiento de invitar a cenar a su novio Mark Ruffalo.
Ante el alarmante espectáculo de su madre dándole un beso a un hombre que no es su padre Max reacciona abominablemente. Su madre mortificada pierde el control y tampoco se mide en su comportamiento igualmente terrible. Adolecido por las duras palabras de su madre Max se escapa a su santuario en el bosque al borde del río. Allí aborda un velero que lo llevara a un mundo desconocido y lejano
Es allí que conocerá al grupo de Wild Things, un grupo bien unido pero disfuncional de monstruos peludos cuyas cabezas son exageradamente grandes pero hablan con voces humanas normales. Son siete en total: el comprensivo y temperamental Carol (James Gandolfini); el amable y sensato Douglas (Chris Cooper); la escéptica y arrogante Judith (Catherine OHara); el bondadoso y avuncular Ira (Forest Whitaker); el tímido e inseguro Alexander (Paul Dano); la tierna y afectuosa KW (Lauren Ambrose); y el misterioso e intimidador Bull (Michael Berry Jr.). Esos son todos los participantes. Por más que lo busque no verá villano alguno en Where the Wild Things Are.
Juntos Max y sus nuevos acompañantes juegan y destruyen árboles, construyen fuertes y discuten; ¿con qué propósito? Tampoco lo sabremos con exactitud. Mientras Max corretea en su mundo imaginario al lado de los monstruos (que quizás fueron rechazados por H.R. Pufnstuf) que simbolizan alguna emoción nos damos cuenta que los sucesos en realidad no conducen a nada.
Es por ello que Where the Wild Things Are tampoco llega a nada. Y debería sentir vergüenza si esperaba que la película tuviese alguna razón de ser. Digámoslo sin pelos en la lengua: este es el sitio de esparcimiento, el parque de diversiones de Spike Jonze y quien se atreve a poner reglas o límites pudiera hacer que Jonze sin más ni menos se marche llevándose consigo su genio creativo. Lo genial de Where the Wild Things Are es como logra su director, junto con el trabajo extraordinario del cinematógrafo Lance Acord y su equipo de producción de diseño, hacer esa conexión inmediata y fuerte internándose dentro de los adultos de cierta edad y procedencia para desactivar su capacidad de razonamiento. Podría ser la mejor jugada lograda por Jonze desde Jackass.
Where the Wild Things Are no es en realidad una película para chiquillos y no porque tenga mucha violencia o porque cause miedo. Sencillamente los nenes por naturaleza no son susceptibles a sentir gusto alguno ante los llamados a la nostalgia como pudiera ocurrir con sus padres cuyos ojos se llenarán de lágrimas. Mientras los padres mantienen la vista fija en la pantalla donde todo les parece ser color de rosa los jóvenes estarán enviando mensajes de texto a los amigos igualmente aburridos de la película de trama vacilante y final desencantador.