Por Alejandro Alemán

A primera vista, Vaho podría dar la

apariencia de ser una película mexicana más, otra historia sórdida

-como tantas qué hemos visto- que se regodea en su propia miseria.

Afortunadamente no es el caso, esta cinta no pretende hacer denuncia, no

pretende

ser un retrato, no le interesa mostrar realidades más allá de las

que viven sus personajes, tres adolescentes que viven en Iztapalapa.

Por un lado tenemos a José, que trabaja

en la fábrica de hielo de su padre pero que planea independizarse

haciéndola

de "viene-viene". Luego está Felipe, encargado de un cyber-café

que espía a una clienta que le gusta, incluso le hackea su cuenta

de mail para enterarse de su vida. Por último está Andrés, quien

ayuda a su padre en el negocio de la plomería, desgraciadamente el

negocio no va bien porque su padre se la pasa ebrio la mayor parte del

día. La liga que une estos tres relatos se irá develando en el

transcurso

de la película.

Una cinta coral que se muestra como

un rompecabezas para ser armado por los espectadores y en el cual su

director -Alejandro Gerber- poco a poco irá soltando las piezas,

aunque para ello necesite remontarse al pasado de sus personajes.

Una cinta de realidades fuertes pero

que no apuesta por el drama social. Aquí los personajes no están

marcados

por su entorno ni se compadecen de su situación, ninguno sufre por

vivir en Iztapalapa. La miseria (económica o emocional) no es destino

en estos jóvenes que se niegan a perder el espíritu, aún con los

errores cometidos.

Gerber además se da el lujo -en un

ejercicio de autentico cine de guerrilla- de filmar algunas de sus

escenas

en la representación anual de la Pasión de Cristo en Iztapalapa. La

secuencia, de casi diecisiete minutos, se logra casi de contrabando,

ocultando lo más que puede su cámara para que ninguno de los asistentes

rompa la cuarta pared e insertando a sus actores entre la multitud para

pasar desapercibido.

Vaho es un ejercicio estético más

que de guión. La forma en cómo se narra la historia, el movimiento

de la cámara, el manejo del suspenso y lo que el director muestra y

oculta a diferentes tiempos es lo que hace interesante esta cinta que

sin ser genial, sí marca una nueva ruta hacia donde debe de ir el cine

mexicano, una ruta que apueste más por los personajes y por la historia

que por la denuncia y la sordidez baratas.