Por Ira Franco @irairaira

Si algo tiene el actor argentino Ricardo Darín, (además de su espectacular capacidad para conmovernos) es un gran ojo para escoger buenos guiones. Truman – aquíUna Sonrisa a la Vida aunque la película sea argentina – es la historia un enfermo terminal y lo que hará con el poco tiempo que le resta: cómo se despedirá de su hijo que vive en otra ciudad, con quién dejará a su perro (el mastín que le presta su nombre a la película) y exactamente en qué parada bajará del tren de la vida.

Bajo la mano de otros creadores ésta sería una pesada cinta sobre la tragedia de la muerte, pero desde el punto de vista del director barcelonés Cesc Gay, ya renombrado por sus cintas En la ciudad (2003) y Una pistola en cada mano (2012), se trata de un buen pretexto para tocar el tema de la amistad entre dos adultos hombres, de lo que se calla para acompañar y de lo que hay que hacer para dejar ir.

Además de su narrativa sugerente, nunca obvia, a Gay lo soporta una tríada estupenda: Darín, el actor que otorga el brillo especial a cada personaje que toca; Javier Cámara (a quien conocimos en México por su maravillosa interpretación de un enfermero en Hable con ella, Almodóvar, 2002) y el perro bullmastiff originalmente llamado ‘Troilo’ (algo así como Bobo) que, como todos los caninos en el cine, acaba por robar cámara —el perrito, por cierto, murió unos meses después del rodaje, de causas naturales, snif—.

La dignidad que Darín es capaz de darle a un personaje moribundo es refrescante y en verdad es difícil quitarle la vista de encima. Una cinta memorable, aunque no contenga la grandilocuencia que gana grandes premios.