Al menos hay algo que agradecerle a esta (una más) película del Holocausto: intenta narrar una historia de amor, durante uno de los periodos más oscuros de la humanidad. Justo después de la II Guerra Mundial, una mujer, Hanna y Berg, un chico de quince años viven un tórrido romance, plagado de sexo y obsesión, adornado por la lectura en voz alta que ella disfruta, por parte de su joven amante.

Este amor reanima a ambos personajes que viven decepcionados, sin embargo ella ya no puede vivir en un cuento de hadas, porque su pasado la persigue y atormenta, por eso un día y sin aviso, Hanna desaparece. Pasan ocho años hasta que se vuelve a reencontrar con Berg: él estudia Leyes y ella está en juicio por los crímenes de guerra que cometió en los campos de concentración. Desde ese momento, Kate Winslet se adueña por completo de la cinta, con un derroche físico de talento: sus expresiones se notan cansadas, melancólicas y transmiten el dolor y expiación de su personaje.

El papel de Hanna es demandante y ella ofrece la mejor actuación de su carrera. También hay que aplaudir el trabajo de Stephen Daldry, un director especialista en historias que reflejan soledad y relaciones dramáticas (Billy Elliot y Las horas); impresiona su capacidad para descubrir los sentimientos de sus protagonistas, ya para recrear una atmósfera de duelo: consigue que simpatices con un personaje y hasta que te des cuenta que es maldito. Bravo por Kate Winslet