PorAlejandra Jarillo

No es casualidad que la nueva cinta de François Ozon aborde el tema de la homopaternidad. Mientras Francia se debate entre el sí o el no permitir la adopción de padres gay, Ozon juega con las formas, que en este caso son el fondo.

David es un hombre a quien le gusta vestirse de mujer, manía que pierde después de conocer a Laura, con quien se casa e, incluso, tiene una hija. Pero Laura muere y regresa esa afición. El “problema” es que ahora él es padre y se encarga de la bebé de ambos. Claire, a su vez, era la mejor amiga de Laura, y en el funeral promete velar por su hija y su esposo. Es así que descubre el placer secreto de David, al mismo tiempo que surge entre ellos una especie de tensión sexual, sobretodo cuando él está usando vestido.

Tanto Romain Duris (David) como Anaïs Demoustier (Claire) ofrecen actuaciones veraces y valientes –sus escenas son algo explícitas–, y la mano desinhibida del director le da un tono divertido en medio de la avalancha de emociones.

A Ozón se le ha llamado el Almodóvar francés, y si bien cada uno tiene su estilo, en esta ocasión al adentrarse en el mundo del travestismo podremos recordar alguno de los elementos del director manchego, sin embargo, se desmarca con el contexto: aquí no hay ninguna miseria que lleve a determinar la identidad sexual de ningún personaje, simplemente es el gusto de David, que representa la nuevas formas de relacionarnos en el amor, uno que ya no distingue necesariamente el sexo del otro.