Por Juan Carlos Villanueva

En un inicio, uno podría pensar que la más reciente cinta de Juan Antonio Bayona se trataría de la clásica película sobre niños y adolescentes atormentados, repleta de lugares comunes sobre el divorcio, el bullyingy la soledad. Eso sí, desde el comienzo es evidente que la manufactura visual es impecable.

El monstruo (con la hechizante voz de Liam Neeson) tiene la contundencia decisiva como para entender que algo grande se está cocinando a fuego lento. Nuestro personaje central es un niño condenado a la pérdida de lo más grande en su universo. Si esto no fuera suficiente, el pequeño crece amordazado por la burla y la crueldad de sus compañeros de colegio. Parece una bomba de tiempo esperando estallar.

La existencia del monstruo en la vida del niño parece surgir más por la necesidad de librar culpas y arrepentimientos que por imaginación meramente pueril. Más que atemorizar, el monstruo es una especie de conciencia que nos recuerda que todos los temores residen en nuestro averno interior.

Así que el monstruo tiene para el niño una serie de relatos – en formato de animación y con derroche de lucidez creativa – como lección de vida sobre la complejidad de la naturaleza humana. Una cinta que crece a pasos agigantados conforme va acercándose a un final abrumador, que te rebana y te abandona en un naufragio de lágrimas, congoja y desolación. ¿Sentimental? Demasiado. ¿Cursi? Nunca. Bayona logra una cinta emocional, de esas que sacuden, y te enfrenta a miedos que, irremediablemente, deberás resolver, sólo esperemos que un monstruo esté ahí para que esa caída al abismo nos sea más leve.