Por Carlos Arias

Una nueva entrega de Woody Allen, con varios de sus temas favoritos: la irracionalidad de las conductas humanas, la culpa, el vacío existencial, las pasiones incontrolables.

Se trata Un hombre irracional (Irrational man, 2015), una película que, a pesar de sus intenciones, definitivamente no está llamada a figurar entre las obras maestras del director neoyorquino.

La historia es sencilla: en la aburrida universidad de Braylin las cosas empiezan a ponerse interesantes con la llegada como profesor Abe Lucas (Joaquin Phoenix), un filósofo joven que se ha vuelto una estrella por sus ideas audaces y su fama de seductor irresistible. Un filósofo pop que construye frases ingeniosas con paradojas que dejan a todos pensando. “Una dosis de viagra para el departamento de filosofía”, según anticipan en el campus.

Pero pronto se revela el profesor no está en condiciones de cumplir las expectativas académicas ni tampoco los requerimientos amorosos de alguna maestra local en busca de una aventura. Se encuentra sumido en una profunda depresión. Lo único que parece salvarlo es la fascinación que despierta en una joven estudiante, Jill Pollard (Emma Stone), una alumna brillante que cree poder llegar a su mente para descubrir el secreto que lo atormenta.

Si hay que citar algún mérito en esta película es la capacidad del director para capturar la atención desde el principio. Sin embargo en este caso las expectativas decrecen a lo largo del filme y la historia se anticipa con demasiada facilidad. El filósofo revelará pronto que su conducta oculta un trasfondo irracional que pone a la historia en el camino del drama, arrastrando a la jovencita, literalmente, a un abismo.

La película no posee la ligereza divertida de una comedia. Pero tampoco tiene la potencia para convertirse en un verdadero thriller, a pesar de sus referencias a Hitchcock, específicamente a La sombra de una duda (1943), La soga (1948) o Extraños en un tren (1951), con la aparición de un hombre misterioso que cautiva a una jovencita, y un crimen por motivos puramente intelectuales o supuestamente casual.

Pero Allen nunca se decide por rendir un homeneja a Hitchcock y la película se le va de las manos, e incluso parece que el director no confía en que sus ideas hayan sido bien explicadas y pone a los personajes a narrar en diálogos innecesarios justo aquello que el espectador está viendo. Una redundancia que llega a su extremo cada vez que el protagonista narra en un monólogo interior sus estados de ánimo o sucesos que ya están suficientemente claros.

Tal vez el realizador, que acaba de cumplir sus 80 primaveras, temía que sus “profundas” reflexiones filosóficas sobre el sinsentido de la vida no se entenderían si alguien no las explicaba una y otra vez. Igual, los personajes proclaman el valor “filosófico” de todo esto con diálogos artificiales que empiezan con frases tales como “Ya lo decía Kant…”, o “Heidegger dijo que”.

Otro elemento fuera de lugar es el uso insistente a lo largo de toda la película de la pieza de Ramsey Lewis “The in crowd”, un tema de jazz ligero que suena una y otra vez hasta volverse insoportable, una melodía para escucharla tronando los dedos o moviendo los pies, pero que no parece muy coherente con los hechos narrados.

Woody Allen tiene la capacidad para sorprender cada cierto tiempo con películas complejas, cargadas de ambigüedad o de malicia. Este no es el caso, y Un hombre irracional quedará posiblemente como una de sus películas menores.