Por Ira Franco

La más reciente entrega del director Danny Boyle es un remake de una cinta para televisión que se hizo muy popular en Reino Unido en 2001. Se llama Trance y después de verla será difícil dilucidar si uno acaba de presenciar un bodrio incalificable o una cinta que quizás utiliza la memoria y si somos o no el resultado de lo que recordamos.

En todo caso, para aceptar que la cinta tiene alguna valía primero habrá que quitar la anécdota (verdaderamente idiota) de enfrente: un asalto fallido a una casa de subastas durante el remate de una pintura de Goya, hace que los ladrones (entre otros, James McAvoy y Vincent Cassel) decidan consultar a una hipnotista (Rosario Dawson) −buenísima en más de un sentido, a la que sólo le falta pronunciar la frase “estáaas en mi podeeer” para ser de caricatura− y de este modo entrar en la memoria del único que sabe dónde quedó el Goya y que no lo recuerda porque durante el asalto sufrió un golpe en la cabeza. Yo les avisé, es estúpida.

Los vericuetos de la historia se revelan a cuentagotas y la emoción del thriller llega, clara y límpida aunque de forma artificial. Lo interesante aquí es ver cómo un viejo lobo de mar como Boyle resuelve la narrativa visual de una his- toria tan absurda como efectiva –bajo las manos de alguien menos inteligente, ni siquiera sería una cinta digna de mencionar–, pero Boyle conoce el poder de undepartamento lleno de espejos –la locación como un personaje que nos lleva a confinar la mirada y nos ubica en el lugar fármaco-psicotrópico que afecta todos nuestros juicios–. ¿Pero qué no está la memoria hecha de esa misma sustancia? ¿No es un juego de espejos? ¿Eso lo recuerdo o lo imagino? ¡Ajajaaá! He ahí la metáfora y la pequeña aportación de Trance a la vida diaria.

En términos de guión, Boyle vuelve a hacer equipo con John Hodge para esta cinta, como lo hizo con algunas de sus entregas más acertadas: Shallow Grave, de 1994, y Trainspotting, de 1996, y también aquella deliciosa The Beach, de 2000, en la que un adicto a la cultura pop, a la adrenalina prestada y a los cigarrillos, interpretado por DiCaprio, se vive como dentro de un videojuego.

En Trance reluce de nuevo la obsesión de Hodge (compartida por Boyle)por romper el carácter de una persona a partir del dinero, y es una lástima que la historia elegida sea tan mala, pues todos los actores (excepto quizá Dawson) están muy bien. Trance puede ser un contratiempo en la carrera de Boyle, pero uno muy digno.