Por Carlos Arias

La aparición de Robert Redford en una película es todo un acontecimiento. El héroe del cine rebelde de los años 70, convertido en el espíritu del cine independiente desde inicios de los 80, no acostumbra salir a filmar una película si no es por buenos motivos.

Esta vez, el “Sundance Kid” parece haber encontrado una buena razón en un estelar que lo confirma como un actor que sabe bien en qué películas hacer sus apuestas. Todo Está Perdido (All is lost, 2013) es una de esas películas “unipersonales”, en las que la actuación lo es casi todo. La película cuenta las aventuras de un personaje solitario que naufraga en el mar y trata de sobrevivir cada vez con menos esperanzas, durante 8 días.

La anécdota arranca sin ningún preámbulo en medio del océano, “a 1,700 millas náuticas de Sumatra”, según se indica en el primer cuadro. No ha transcurrido un minuto y ya sabemos de qué se trata y de qué la juega el legendario actor: su barco ha naufragado y flota a la deriva en un mar nada tranquilizador.

Escuchamos la voz de Redford que indica que “todo está perdido”, en un monólogo interior que será prácticamente la única vez que se escuche su voz en toda la película.

A lo largo de la anécdota, Redford construye un héroe duro pero cargado emociones, cuya referencia obligada es Hemingway, un Viejo y el marque libra la que sabe que será su última batalla e intenta hacerlo lo mejor posible.

En honor al actor, hay que consignar que toda la historia se desarrolla con él mismo como único personaje a cuadro, casi sin diálogo alguno y con recursos que se presentan desde el principio como mínimos, despojados de cualquier espectacularidad gratuita. No hay “historia” previa del personaje que el espectador deba conocer y tampoco se presenta un “drama” para cargarlo de emociones.

La película tiene algunos puntos de contactos con Gravity (Cuarón, 2013): el personaje perdido en la inmensidad tratando de sobrevivir, con un solo actor a cuadro. En aquella película era la astronauta Sandra Bullock, en ésta el propio Robert Redford. Sólo que esta vez sin una “historia interior” para darle emoción, la aventura se basta a sí misma para contar la historia. Vamos, no se menciona siquiera si hay alguien en tierra esperando al personaje (a quien en los créditos sólo se identifica como “our man”, nuestro hombre).

La banda sonora refuerza ese carácter despojado de énfasis. Carece de música emocionante, ni siquiera tiene un sonido muy espectacular de tormenta o del mar, y tampoco se escucha la voz interior del personaje, a pesar de que la historia arranca con un relato en off. Es casi cine silente.

Con estos elementos mínimos, la película se despega de las aventuras en alta mar y avanza hacia la construcción del personaje como el mismo Hemingway lo hubiese querido, con detalles mínimos, casi imperceptibles, pero capaces de contar una historia a la vez profunda y emocionante.