Por Verónica Sánchez Marín

Carlos Bolado entregó en 2012 uno de los mejores thrillers políticos del país: Colosio, el asesinato, una producción que se distinguió por cinco razones: su contundente enfoque crítico de las relaciones entre el poder y el narcotráfico desde la década de 1990, la seriedad de su investigación, la fotografía impecable, el hilo conductor ági;, además de actuaciones memorables, como la de Daniel Giménez Cacho interpretando al siniestro José María Córdoba Montoya.

Si con aquella el realizador logró perturbarnos, con Tlatelolco: verano del 68 (México/Argentina, 2012), consigue, apenas, adormecernos. Y es que a pesar del trasfondo político y la situación ideológica de los que se vale la historia, el guión poco original se presta más para una telenovela ambientada en esa época.

Bolado intenta recrear el genocidio de estudiantes llevado a cabo por el régimen priista del ex-presidente Gustavo Díaz Ordaz en 1968, y complementa la trama a través de la historia de amor de una joven pareja de estudiantes: Félix (Christian Vásquez) y Ana María (Cassandra Ciangherotti). Fórmula tradicional: caso íntimo para episodios históricos; como observar la partícula en medio de una mole. Un close up nítido para quitar pesadumbre a los hechos harto conocidos. Lo cierto es que los eventos trágicos de aquella revuelta quedan en la película sin mayor relevancia. No se aporta ningún dato extra. Tampoco hay alguna escena que cause al espectador conmoción, ni dentro de la historia de la pareja ni en la propia escena política, como sí lo han logrado otras producciones como Rojo Amanecer, el documental El Grito o la cinta ya mencionada del mismo Bolado.

El filme da mayor importancia a los sucesos individuales alrededor de los enamorados, que –además– son de distintas clases sociales, un aspecto que se remarca bastante –muy, pero muy cliché, aunque se trate de una mácula propia de la sociedad mexicana–. Por ejemplo, la familia adinerada que se opone a esa relación.

Y es que ella es de la Ibero y defeña y rubia; él de la UNAM y de provincia, moreno y pobre. Si el clasismo nacional es de por sí vacuo, aquí tampoco parece indagar en las raíces psicológicas de ese absurdo, sino que lo asume como Televisa nos ha enseñado a hacerlo. Ana María es hija de un influyente funcionario de gobierno, colaborador cercano al entonces secretario de Gobierno Luis Echeverría, y aficionada a la fotografía, hobbie que la lleva a acercarse al movimiento estudiantil de 1968.

Allí conoce a Félix, un estudiante de la UNAM, guapo e inteligente, pero involucrado en el grupo disidente. Ambos se enamoran y viven un tórrido romance entre marcha y marcha, hasta que la familia de la chica se entera de lo que está sucediendo entre su hija y Félix. En adelante, la madre (Claudette Maillé) y el padre (José María Bernal) de Ana María se interpondrán entre el amor de los dos jóvenes. Obstáculos que deberán sortear además del tenso momento político que se vive y del que no saldrán ilesos.

El rigor crítico que Carlos Bolado mantuvo tras cada toma en Colosio, el asesinatoaquí se esfuma. Pasa a segundo plano. Incluso los hechos históricos no son claros, más bien alterados para amoldarlos al argumento. Por ejemplo, se incorporan imágenes reales de 1968, como las marchas, para hacer creer al espectador que los enamorados protagonistas participaron de verdad en los hechos; sin embargo, no lo logran. Las diferencias se notan en la pantalla grande quitándole credibilidad.

Lo destacable de la cinta sería el trabajo de arte, una muy buena fidelidad en la labor de ambientación de la época, excelente vestuario y maquillaje. Además de un reparto actoral equilibrado entre actores consagrados y nuevos, como Roberto Sosa, José María Bernal o Luis Ernesto Franco, además de los protagonistas, pero todos en general con un trabajo interpretativo medio.

De hecho hay personajes como el de Roberto Sosa, quien representa a Gustavo Díaz Ordaz, tan mal caracterizado que parece una broma involuntaria. Mal ahí.