Por Ira Franco

La ganadora de la Palma de Oro este año en Cannes fue esta cinta de corte existencialista y bergmaniano —de tres horas y cuarto, hay que añadir— del director turco Nuri Bilge Ceylan. Desde el cartel, el filme exuda belleza en aquellas montañas nevadas de la Capadocia en Anatolia, escenarios que producen un tipo de persona dura y quizás, a veces, obligan al cinismo.

El protagonista es Aydin (Haluk Bilginer), un actor retirado, muy rico, al que le gusta jugar a ser dios. Él es el dueño de un hotel y de algunas otras propiedades en aquel pueblo donde la gente construye sobre terreno de piedra y le otorga a él un aire de terrateniente viejo, un pequeño rey que, sin embargo, pierde con desvergüenza en las detalladas conversaciones que tiene con su hermana y su infeliz mujer.

Aydin es malicioso y vengativo, todo un antihéroe como los planteaban Sartre y Bergman, dispuestos a demostrar que la moral es una construcción humana y que la humanidad es sólo el juguete que beneficia a unos cuantos.

Bilge Ceylan no se abstiene de otorgarle a la película cierta teatralidad chejoviana y, por ello, sabemos que cada sutil gesto supone un abismo de incomprensión entre los personajes. No es una película fácil de tragar, requiere mucha atención y paciencia, pero, al final, valen la pena esos esfuerzos.