Por Ira Franco.

Conocemos la historia, algunos hasta somos capaces de llorar con ella (o vomitar de hastío, según nuestros niveles de cinismo): un niño que llega a la vida de un viejo bebedor y nefasto para demostrarle lo bueno que hay en él. Sí, es otra de esas películas.

Pero no hay que descartarla del todo porque, oh sorpresa, el viejo es Bill Murray y algo tiene este actor que es difícil repudiarlo, a pesar de que se deje abusar por un guión que se toma a la ligera casi todo. Theodore Melfi escribe y dirige esta comedia donde los nuevos vecinos, Oliver (Jaeden Lieberher) de 12 años y su madre Maggie (Melissa McCarthy) llegan a detener la segura caída en desgracia del ya de por sí deprimido Vincent (Murray). Él se convierte de mala gana y por unos cuántos dólares, en la niñera de Oliver, y por momentos casi son creíbles como dos compañeros que mitigan la soledad del otro.

Los personajes y la historia podrían funcionar de no ser porque es el director/guionista insisten en demostrar el dogma religioso de que el pecador debe ser redimido. De hecho, toda la película tiene un halo de adoctrinamiento católico (desde la escuela católica en la que entra Oliver, a pesar de declarar ser judío) que le resta valor como ficción.