Hace una década Leonardo Di Caprio y Kate Winslet se enamoraron perdidamente en el Titanic. Hoy, diez años después su amor se hunde titanicamente. Con odio, con desprecio y con actuaciones sublimes y mercenarias.

Sólo un sueño, es un título ambiguo, digno de una cinta de superación personal; pero este film de Sam Mendes es todo lo contrario: es el derrumbe moral del american way of life. El guión está basado en la novela de Richard Yeats, en la cual se muestra cómo un matrimonio suburbano se destruye durante los años 50. Lo más fascinante de esta película, es que a pesar de que se muestran situaciones propias de hace media siglo, el accionar de los protagonistas es un reflejo universal de la desdicha sentimental.

En noviembre del año pasado (en la crítica de Red de mentiras), se mencionó que DiCaprio era el mejor actor de su generación. No me equivoqué, y en esta ocasión lo reafirma y se supera histriónicamente. En su papel como Frank Wheeler, el blondo actor demuestra una madurez profesional, y nos sentimos parte de su mundo asfixiante. Cigarro tras cigarro, y con una vestimenta McCarthiana, logra que nos sintamos incómodos, como parte de la escenografía que rodea a una pareja que va derechito hacia la derrota. Sus monólogos y peleas con su esposa April (Kate Winslet), muestran al matrimonio como un sacramento satánico.

De hecho, es Winslet quien detona la batalla de dimes y diretes. Es ella quien proyecta el infierno de una vida sin metas. Los Wheeler si bien parecen salidos de un comercial de detergentes con una hermosa casa, y un par de hijos, son un embudo de miseria. April cree que la única salida es mudarse a Paris, para que Frank halle su vocación artística y ella mantenga a la familia como secretaria. ¡Oh la ironía!: justo antes de zarpar Frank consigue un ascenso y ella queda embarazada. Si su existencia era insoportable, ahora con un nuevo bebé se verán inclinados a tomar una decisión que al final del día traerá consecuencias irreparables.

Si bien las actuaciones dan mucho qué hablar, ninguna se hubiera logrado sin la intervención de Sam Mendes, un geniecillo que logra retratar mejor que nadie la bilis y la nausea que existe en los suburbios (basta recordar su trabajo en Belleza americana para darnos una idea). Su paciencia para adentrarnos en su historia es prodigiosa y posee un ritmo bélico. Es como ver ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, remasterizada con la violencia verbal de un show de Jerry Springer. Sólo un sueño es uno de los dramas más viscerales de la década. En plena época de galardones, sólo hay un problema: no creo que la Academia quiera premiar una obra que alaba a la miseria. Mis condolencias.