Por Josue Corro

Los personajes en el cine, no

tienen que ser de carne y hueso. Muchas veces, objetos materiales trascienden

su naturaleza innata y se vuelven detonantes para construir una historia. Esto

pasa en Saber dar: las calles, los departamentos y los muebles de Nueva York,

provocan el sentimiento de culpa y redención, de un puñado de personas cuyos

secretos y deficiencias son el motor que permite a la directora Nicole

Holofcener explorar la estrecha relación entre la avaricia y el perdón.

Catherine

Keener vuelve a ser la musa de Holofcener –ha sido la protagonistas de cuatros

de sus cintas– y entrega un sólida actuación como Kate, una mujer quien junto a

su esposo (Oliver Platt, uno de los actores menos valorados, pero talentosos de

la industria) son dueños de una tienda de antigüedades especializada en muebles

vintage. Muebles que ella compra a familiares de personas recién fallecidas. Al

llegar a casa, su consciencia es bombardeada por otro tipo de culpa, ya que es

dueña del departamento donde vive su vecina de 90 años, y sólo espera su muerte

para tirar las paredes y ampliar su estancia. Kate para expiar el remordimiento

invita a su vecina y sus dos nietas a cenar con ellos, o le da billetes de 20

dólares a limosneros.

Holofcener

no retrata villanos, ni victimas en esta película, simplemente esboza la

realidad momentánea de estos personajes, desde una perspectiva agridulce sin

caer en retablos moralistas. Para ella, su cámara es testigo del devenir de

decisiones y la relación imperfecta que hay entre las personas, sus

sentimientos y los objetos que las rodean.