Por Josue Corro

Olvida a Kevin

Costner.

Olvida las

mallas, el Bosque de Sherwood y el romanticismo maquiavélico que tiene implícito

el nombre de Robin Hood: el ladrón bueno que roba para darle a los

pobres.

Aquí, en

esta película, muere el mito de Robin, y nace la leyenda de un plebeyo que no

decidió ser un héroe, sino que decidió luchar por la justicia y por la libertad.

Hace diez

años, Sir Ridley Scott demostró que es uno de los directores más importantes en la

historia del cine, cuando probó que un gladiador podía vencer a un Imperio; hoy, vuelve a manipular esta fórmula tan trillada de hombre común+violencia+gobierno+batallas

épicas (que ya le ha funcionado en Los Duelistas o Cruzada ), y nos presenta una precuela cargada de acción

y embrollo político. Una especie de Batman Begins, que si bien no logra emular

lo que consiguió Nolan con Bruce Wayne y la emancipación del héroe moderno; al

menos logra que Robin Hood deje de ser considerado un personaje folklórico, y

lo vuelve real, lo vuele humano.

A diferencia

de la decena de obras acerca de Robin Hood, en esta versión por fin podemos

entender su psique, su cinismo y sobre todo, la razón por la cual es

probablemente, el arquero más famoso de la cultura pop: porque era un Don Nadie

que luchó en Las Cruzadas a lado del Rey Ricardo Corazón de León. Y no lo hizo

por un amor cristiano, por defender su título nobiliario.. sino que lo hizo por

dinero. Y por esta razón, era tan efectivo con el arco: era la única

forma que conocía para subsistir. Para representar todo el peso de este personaje histórico, no había otro actor más adecuado que

Russell Crowe. Su cara que no esboza una sonrisa, sino enmarca la duda y el dolor, muy al estilo de su Maximus Decimus Meridius (créeme, las

comparaciones serán casi obligatorias), Crowe logra congelar la pantalla con una

mirada taciturna y sus manos llenas de sangre.

La historia

inicia después de una batalla cruel en Francia donde muere el Rey, entonces Robin junto

con otros tres hombres (entre ellos, Pequeño Juan) desertan del Ejército y huyen hacia

Inglaterra. Sin embargo en el camino, se topan con la Corte del Rey gravemente

herida después de una emboscada. Uno de los hombres moribundos es Sir Robert

Locksley, quien le pide a Robin que no sólo transporte la Corona a Londres, sino que lleve su espada

a su padre en Nottingham, Sir Walter.

Esta

primera parte del film, también nos presenta a los otros dos personajes

principales: Lady Marion (C. Blanchette, quien madura con gracia y talento), la

viuda de Locksley; y al Rey Juan, un hombre tirano, corrupto y débil. La

trama toma ritmo cuando Robin al llegar a Nottingham, conoce al

padre invidente de Sir Robert, quien ante el temor de perder sus propiedades,

le pide que finja ser su hijo para proteger el castillo, y a sus siervos. Y justo

en este momento, comienzan las fallas de la cinta: Robin acepta sin titubear,

sin que exista un conflicto emocional entre este bizarro triángulo que se forma

entre Sir Walter-Marion-Robin. La farsa nunca se descubre, y transcurre sin

contratiempos. Como en un cuento de Disney: sólo hay risas, días soleados y

pajarillos cantando. Strike uno, Sir Ridley Scott.

Ese no es

el único strike: hay al menos otra falla que provoca que Robin Hood no sea una

joyita comercial: los clichés innecesarios. A Scott lo venció el romanticismo, y

filmó escenas que deliberadamente son absurdas, como Marion vestida de

caballero medieval luchando contra el enemigo; y la incoherencia en la que cae el personaje de Robin, quien de un día para otro se convierte en un maestro dialéctico, un orador mítico que es capaz de hablarle a

campesinos y a la nobleza por igual. ¡Vamos, Ridley! Robin era un soldado… ¡por

favor!

Sin

embargo, estos puntos quedan en un segundo plano, porque al salir del cine

seguirás boquiabierto por la maestría con la cual Scott filma las batallas épicas

(probablemente el cineasta más completo para este tipo de escenas): es un

geniecillo en el arte de derrumbar castillos, de llevarnos de la butaca al pasado, y

ponernos en la primera línea de batalla entre espadas, flechas y caballos.

De hecho, hay

dos escenas que probablemente, se queden grabadas en nuestra memoria cinéfila:

un encuentro feroz en la playa, que recuerda la primera escena de

Rescatando al Soldado Ryan -obviamente con la tecnología bélica del siglo XII-,

y la otra, un claro homenaje que le rinde Scott a la cinta Robin Hood, El Príncipe

de los ladrones, cuando la cámara sigue el trayecto mortal de una flecha. Genial.

Insisto, olvida

todo lo que sabes de Robin Hood, porque este verano ha muerto el héroe clásico,

y ha nacido el forajido de carne y hueso.